Déjà vu

Las imágenes, las mismas. Incluso el olor, a pólvora, a sudor de cansancio, de miedo, es idéntico. Y el ruido. Arrastrándose, cayéndose, golpeándose, escondiéndose, tropezando y tropezando. Un tirón de pelo, una camisa rota, algo golpea en la cabeza, el hueso de la rodilla cruje, y no puedes avanzar. Y el oxígeno. Falta. Huele. Se espesa. Fogonean los disparos y los recuerdos. De esa noche, de antes de salir de casa, un beso, ayer, tu chico en el coche, el perfil de tu padre en la cocina. La música se ha detenido. Y el aire también. Recuerdos de otros mensajes enviados a borbotones, como la sangre caliente de una herida, que llegaron antes de estrellarse un avión, antes de desplomarse una torre, antes de saltar al precipicio, que escribían escondidos bajo la mesa de un restaurante de París, en la redacción de una revista, en una terminal, detrás de un altavoz en una sala de fiestas. Donde sonaba otra música. Aunque suene a la misma. Parecidos 'je suis Charlie', con colores belgas, con la bandera del arco iris. Sin embargo, también como un fogonazo de calor, de sonrojo, se evidencia la falta de memoria. Donde no hubo mensajes, donde no hubo pancartas. Ni titulares apenas. Muertos vergonzantes. Violaciones masivas olvidadas. Desapariciones, raptos, silenciados. Mutilaciones, torturas acalladas. Quién se acuerda de las niñas de Nigeria. Quién rememora, estremecido, a los homosexuales quemados y arrojados desde las azoteas. Y quién no lee, otra vez, los versos de Brecht, en la matanza sistemática a cristianos y sigue pensando, satisfecho de sí mismo, por haber guardado su minuto de silencio, por haberse puesto el lazo del color que tocaba esta vez, por haber compartido en las redes la imagen de la paloma de la paz que llora y llora, que esto no va conmigo?