En Mérida ha habido polémica por algo que pudiera repetirse en Badajoz, o cerca: la excavación de las fosas comunes de asesinados durante la Guerra Civil. La cuestión es que en Mérida, si se aplican las normas, debieran haberlo hecho los arqueólogos del Consorcio de la Ciudad Monumental. Pero no ha sido así. Se ha encargado de la tarea, según me cuentan, a una empresa de Arqueología. Han convertido un acto necesitado de mucha delicadeza, además de método, en una mera excavación arqueológica. Es una maniobra miserable y hay quien se presta a ella, supongo que por dinero. No hay diferencia entre excavar los restos de un fallecido romano o los de un fusilado en 1936. Se debe hacer con igual cuidado. Y, en el segundo caso, además, todo tacto es poco, por las circunstancias, por su cercanía en el tiempo, porque hay familiares vivos. Lo único que puede diferenciar una excavación de la otra es, quizás, la presencia de un forense. Cualquier detalle adicional puede ayudar a identificar a personas concretas. Al arqueólogo no se le necesita ahora para dar fechas. Son conocidas. No puedo resistirme a decirlo. Me parece una infamia convertir la recuperación de esos restos en un mero acto administrativo. En una excavación más. No admito términos medios. Si hemos de participar, que sea de forma desinteresada. Como en otros lugares. Lo contrario es hacerse cómplices del silencio. Porque, cuanto más descarguemos el acto de su contenido, cuanto más lo hagamos parecer una simple investigación rutinaria, más cómplices nos hacemos de quienes quieren hacerlo pasar desapercibido, ya que no pueden evitarlo. Vamos a perder altura moral prestándonos al juego. Y, por si alguno se interesa, yo me ofrezco voluntario a hacer el trabajo sin cobrar. La dignidad no puede ser ajena a la Arqueología y no podemos pelearnos por un quítame allá esas piedras y hacer de sayones de la ignominia.