TEtn los últimos días he reflexionado sobre el amor a Badajoz. Porque hay ya demasiada gente que no solo ama a Badajoz sino, sobre todo, que excluyen que otros puedan amar tanto a la ciudad como la aman ellos. He pensado en toda esa partida de la porra que copa cartas al director, tertulias y redes sociales con un discurso monolítico no por acertado sino por intransigente, no por medido intelectual o técnicamente sino por el desproporcionado uso del vuelo sin motor. ¿Cómo se mide el amor por una ciudad? ¿Por el número de veces que uno dice que quiere a su ciudad, por la intensidad de su defensa a ultranza, por las firmas que recoge, por las veces que sale en el periódico, por la cantidad de seguidores o me gusta en Twitter o Facebook, por las felicitaciones que recibe por la calle o por las tonterías que dice pero que sus más fieles convierten en evidentes muestras de arrojo y compromiso? ¿Quién evalúa, quién decide quién es el que más ama a una ciudad o si yo la amo más que otro u otro más que yo? ¿Un director de periódico, un periodista, una asociación, un político, un líder de opinión, un sindicalista, un ciudadano?

Sigo pensando en ello. Mientras tanto, he tenido la santa paciencia de meterme en google y escribir "derrumbes", "derrumbes en murallas" y entradas similares para comprobar que la geografía española está llena de derrumbes en su patrimonio histórico, artístico y monumental. O sea, que murallas, arcos, lienzos y otro tipo de huellas de la historia repartidas por numerosas ciudades españolas (Zaragoza, Vigo, Vilches, Segovia, etc.) han sido víctimas de las persistentes, consistentes e insolentes lluvias que nos han acompañado en los últimos meses. En todas partes han salido los listos de siempre diciendo que la culpa no ha sido de la lluvia ni del mal tiempo ni de las tormentas y otros fenómenos meteorológicos. La culpa, como siempre, cuando la culpa la reparte el noble ciudadano que noblemente dedica sus nobles servicios a nobles causas y nobles propósitos, es de los políticos y su discurso de camuflaje, de los responsables institucionales y su echar balones fuera y de los técnicos y sus pocas capacidades.

Es triste pero es así: cuando se quiere a Badajoz nadie que no piense como yo puede amarla tanto como la amo yo. Y si yo digo que los derrumbes no los provoca la lluvia sino lo que antes se hizo o no se hizo, si se hizo mal o se hizo poco o demasiado, me dan igual los informes y por quienes vienen avalados, mi verdad es absoluta como absoluto es mi amor por Badajoz.