De toda la vida, el personal se desahogaba en el fútbol. Entre la masa, una vez cada quince días, acudía al campo y hablaba del árbitro, del jugador visitante y de la afición rival como si fueran enemigos de guerra. Regresaba a casa desfogado y como si le hubieran dado kilo y medio de lexatín. El desahogo es una terapia física y emocional. Un compañero de mili, cabreado, se desahogó pegándole un puñetazo a la taquilla y se dejó la mano tan destrozada, que lo licenciaron. La gente se desahoga para liberarse, para descansar, para aligerar carga emocional o sentirse mejor aunque, desahogándose, haga daño a los demás. En el fútbol, siempre han sido insultos, aunque no faltan esporádicas agresiones físicas. En los toros, el desahogo es el ole, por el halago, o el lanzamiento de almohadillas, para la crítica. Antes, con cierto sentido del humor, se mandaba a la gente a desahogarse mordiendo esquinas o pellizcando cristales, entendiendo el desahogo como la liberación de un momento de estrés. Así, hay gente que bebe, fuma, se droga, toma un coche y lo conduce a alta velocidad pero, también, hay gente que, para desahogarse, maltrata, delata, cotillea, esconde, disimula o conspira.

El otro día, en Badajoz, una compañera de trabajo y yo fuimos a recoger su coche que estaba perfectamente aparcado dentro de las dos líneas blancas pintadas sobre el asfalto y que delimitaban la plaza. Hay que decir que su coche es de la gama más pequeña de turismos y, por tanto, ocupa lo mínimo. Al montarnos, tenía una nota sujeta en el limpiaparabrisas que decía: «No me ha dejado sitio para abrir la puerta. Sea más considerado». Y lo firmaba. Asombrados, pensamos en él o en ella. Buscó un papel, un bolígrafo, no le importó si llegaba tarde allá a donde fuera, porque se paró a escribir una nota, a firmarla, a dejarla en el parabrisas y, sobre todo, a intentar dar una lección. La gente tiene que desahogarse. En una urna o con un bate de béisbol, acordándose de los difuntos de los demás o con una pretendida muestra de buena educación que lo único que esconde es una frustración inabordable, una carga de buenismo que empalaga, una mala leche que asusta. Habría que ver cómo aparcó él o ella. Y menos mal que se conformó con la nota y no le hizo un rayón al coche, que es otra manera de desahogarse.