Descansar un día entre semana es estupendo. Todo está abierto y puedes hacer todas las gestiones que quieras. El lunes tenía libre y lo aproveché bien. Da tiempo a hacer muchas cosas en una mañana mientras ves a la gente ajetreada en sus tareas. Pude hacerme los análisis que tenía pendientes. Sin prisas, sin importarme que me dieran el número cuarenta. Estaba tranquila mientras a mi alrededor algunos miraban el reloj con impaciencia. Luego pude ir a Correos a recoger una comunicación del ayuntamiento. Quieta en la cola sin el movimiento compulsivo de rodillas de quienes la espera se le hacía eterna. Tenían prisa. Yo no. Estaba de día libre. Con la multa a buen recaudo (eso era lo que contenía el sobre que me dieron) recogí un libro de cocina que había encargado, una reedición del recetario de Ana María Herrera , y que me recordaba a la casa de mis padres donde estaba la edición antigua, la de los años cincuenta. En el reparto le tocó a otro hermano y ahora lo he recuperado, claro que sin las anotaciones al margen de mi madre y sin los platos que ella había intercalado entre las hojas.

Libro en mano me encaminé al podólogo. No tengo fuerza en la mano y me había dejado un pequeño pico en la uña de un dedo y que, al crecer, me lo estaba machacando. También allí relax absoluto. Aliviada salí de nuevo a la calle. Era el momento de la caña. El sol jugaba al escondite con las nubes y la temperatura era perfecta. Aún me dio tiempo para acercarme a la obra del socavón de la cabeza del puente. Traspasé la valla y, antes de que me echaran, pude asomarme al enorme agujero en cuyo fondo el agua borboteaba con fuerza. La cosa tiene aspecto de ir para muy largo.

Y luego- luego la tarde en casa. Con un libro en el regazo.

Sí. Es estupendo librar un día cualquiera, mientras los demás trabajan.