Prueben a hacerlo. Siéntense en un velador, en un balcón, junto a una ventana. Y miren. Vean el tiempo pasar y el nuevo año y enero desfilar. Disfruten de que en algunos árboles asoman ya las primeras yemas. Promesas de sol. Y de que los niños van al colegio dando pequeños saltos, avanzan, alcanzan los ojos de sus padres y ríen y dan un pequeño traspiés y tartamudean ligeramente por contar rápido cómo escucharon los pasos de los pajes en el jardín. Ponen unos ojos abiertos haciendo juego con una o muy redonda dibujada en los labios. Algunos mesan sus barbillas como si de sabios enanos y circunspectos se tratase, intentando desentrañar quizá El misterio del cuarto amarillo, cómo pasó el camello por el ojo de la aguja o cómo los Reyes Magos pudieron aparecer y desaparecer dejando tras de sí tantos regalos y solo los restos de tres roscos de vino y tres copitas de anís. Corren desasiéndose de las manos cuando reconocen a sus amigos, sin atender las advertencias de te vas a caer o los espera ponte la bufanda, los ¿no me das un beso?. La alegría les impulsa como un cohete y les atropella al hablar, al contar la retahíla de regalos sin aliento, como si fuera la carta cantada por un camarero de Sevilla. En corrillo, quienes les acompañan les miran de lejos, satisfechos, fingiendo un cansancio exasperado de juegos y de niños, mueven la cabeza afirmándose en la necesidad de la vuelta a la rutina y de escapar por unas horas de sus hijos.

Pero justo antes de salir, cuando la sirena suena y las filas van desapareciendo, y las puertas se cierran, se escapa un mirar atrás, un intentar entrever su espalda, el remolino de su pelo, un escalofrío de ausencia en el estómago. Que se asimila por un instante en que los ojos parpadean, para adaptarse a la nueva luz, a la nostalgia de sí mismo. Por eso, un rato después, los vemos ante los quioscos, sopesando si sucumbir, a la compra del número uno de los nuevos fascículos, del capitán trueno, de la nave espacial que construir por piezas, de las reproducciones de coches con los que soñaban recorrer el mundo cuando eran pequeños. Otros salen contentos de la librería con su bolígrafo de punta fina y su agenda, como si de un lápiz del 2 y un cuaderno con márgenes azules se tratase, y las huelen, también, aspirando su perfume a estreno. Del nuevo año. De la vida. El mejor espectáculo del mundo.