Los solsticios, como todo lo que tiene que ver con los cielos, son mágicos. Tienen una carga de misterio reservada a los grandes acontecimientos. Nos acercamos al de verano con estos días largos, con este sol, con esta feria que empieza y con estas incertidumbres. Andan los magos deshojando margaritas, los euros cayendo, la deuda en precario. Las realidades, al acercarse el solsticio, se desdibujan. Casi nada es tangible, queda todo a la espera. Por eso, estos días triunfan las emociones más que los hechos. Sobre todo una: la del cabreo. Va tomando las calles y los indignados tienen más titulares que los políticos. Les salen ramas por todas partes, facciones de cabreados: unos se sientan, otros tiran piedras o agreden a perros lazarillos; los unos increpan a Cayo Lara --tan famoso por sus incertidumbres en estos días largos--, otros al Príncipe o a los parlamentarios. Un lío de emociones y grupos. A falta de otros hechos, los representantes más o menos públicos se hacen hueco y se cabrean al unísono. Ahora, también los sindicatos se aúpan al carro de los enfados, ofreciéndose a mediar con los indignados. Debe de ser por la poca tarea que tienen. Como ya no pueden defender a los trabajadores porque no queda casi ninguno, van a dedicarse a los desocupados y a sus cabreos de desocupados. Cuando el día sea el más largo y la noche la más corta arderán las hogueras y con ellas, tal vez, también los sueños y las esperanzas que fueron vanas. Ese día, al fin, alguno dejará de deshojar sus margaritas y volverán las realidades a tomar cuerpo. Habrá quien se retire a sus cuarteles de invierno, despedido de aquella cómoda poltrona que tanto usó y que otro acaba de arrebatarle para hacer lo mismo. Quien dejará las cámaras y las entrevistas que tanto juego le han dado en estos largos días de fin de primavera. Tal vez, hasta desaparezca el enfado de las calles. ¿Volverán los hechos? No. Tampoco. Recuerden que entonces es cuando de verdad empiezan las vacaciones.