El inicio de la segunda parte del Don Juan Tenorio de Zorrilla es un cementerio. Vivos, sombras, estatuas y muertos que regresan. Una simple frase pero poderosa en labios de Don Juan: “¡El palacio hecho panteón!”. Estremecedora metáfora.

Todo cuanto fuimos y tuvimos, ese plácido palacio que fue nuestra existencia yace, puede que hermoso, puede que en forma de polvo y cenizas, en frío mármol, en un lúgubre paisaje, en una soledad infinita, en un silencio abismal.

Son nuestros muertos, nuestros difuntos, la sombra de lo que fueron, el recuerdo de todo lo que nos dieron. Todos tenemos alguno: un abuelo que nos tomaba la mano, una abuela que protegía nuestras travesuras, un padre que siempre estaba, una madre que lo era todo, un hermano, una hermana, un amigo que, al irse, se fue con él parte de nuestra alma.

Los difuntos son así: nunca se marchan del todo, cada día están con nosotros, no como fantasmas, sino como ángeles que, mientras nos aguardan, intentan decirnos que la muerte aún tarda, que la muerte no es el final, que, por mucho que no creas o lo creas todo, siempre hay esperanza en medio de la desesperanza. Hay quienes como el Mersault de El Extranjero de Camus frivolizan con la muerte, son incapaces de sentir dolor ante el hecho, incluso, de la propia muerte. Eso no les encumbra sino que les condena. Porque frente a la muerte, por muy absurda que sea, hemos de tener la sensibilidad y la fortaleza suficiente como para darle un sentido a la vida que ni la misma muerte pueda arrebatarnos. O eso, o abandonarnos a la locura de la muerte en vida.

Como escribiera Juan Ramón Jiménez, «no puede hablar de sus rosales un corazón sepulcrado» pero discrepo con Bécquer cuando escribió sobre qué solos se quedan los muertos. Porque mi madre se fue ahora hace siete años y continúa hablándonos de la vida y desde su abrazo y nos acompaña en los tortuosos caminos de la existencia, no como un espectro ni como una sombra, ni siquiera como un muerto, sino como un ángel que solo descansará cuando todos estemos con ella. Aunque no tiene prisa porque llegue ese momento. H