TEtste Dios se llama Enrique Moreno González y yo creo en él. Como creen sus compañeros, colaboradores y subalternos, que son los que le llaman así, "Dios", escueta y místicamente, con veneración casi teológica, porque es el principal cirujano de trasplantes de España y uno de los mejores del mundo, un hombre que hace milagros con sus propias manos, insuflando vida en quienes no la tienen, recreando el tiempo de las personas que ya lo perdieron, valiéndose, como materia prima, no del barro del que dicen que el Dios bíblico hizo al hombre, sino de los órganos de otras personas, herencia evolutiva de aquel barro.

A sus casi setenta años Enrique Moreno sigue trabajando como cuatro y es una celebridad. Tiene la posición, el reconocimiento, los honores y la gloria que cualquiera ambicionaría, pero, sobre todo, tiene la humanidad sencilla de los grandes hombres, el trato directo y amigable de quien se sabe igual y se sabe servidor, la predisposición accesible de quien es consciente de su inmensa capacidad para dar vida y quitar dolor.

Enrique Moreno no nació en Siruela por casualidad, pero sus padres son de este pueblo, donde él pasó años de su infancia y del que se siente nativo en su corazón extremeño y universal. Extremadura y los extremeños tienen, gracias a su generosidad, acceso especial a Dios. Que se lo pregunten, si no, a Aurora , su secretaria del Servicio de Cirugía General, Aparato Digestivo y Trasplantes del hospital Primero de Octubre de Madrid, que él dirige, que tantas llamadas le ha pasado en la vida, de extremeños de toda condición, afligidos por la enfermedad y a los que él atendió y sanó.

Hace años lo traje a dar una conferencia a Extremadura, patrocinada por Caja Badajoz, y siempre se mostró sencillo y asequible, desinteresado del dinero, preocupado por divulgar la importancia de la donación de órganos, dispuesto siempre a colaborar en el sistema de trasplantes de Extremadura, que con tanta eficacia funciona.

Dios lo tiene todo, es premio Príncipe de Asturias y Medalla de Extremadura y cualquier honor que se pueda pensar, ya lo posee. Por eso lo único que nos queda hacer para corresponder a su inmenso servicio es quererlo como cabal extreordinario que es.