Me contaron que alguien que firmó con los ojos cerrados el dejar sus propiedades al hijo de su hermana, volvía al cabo de los años para, furioso, desterrar sus impulsos y convertirlos en venganza, nombrando a la sociedad filarmónica como heredera. Su sobrino detestaba la música clásica. Cómo la señora acaudalada empeñaba su futuro nombrando a su prometido administrador único y este volaba, como en las películas, el día antes de la boda. La pasión se convirtió en odio imaginándolo en la playa, bajo una rubia y un cocotero. Los padres que, con mucho esfuerzo levantaron su negocio y acabaron en una residencia, abandonados por la avaricia de su hijo, cambiaron las disposiciones pero no su desconsuelo. El neurocirujano que se trajo del congreso el bronceado y la brasileña y que nada más aterrizar, rehizo el testamento y la escritura del chalet de la sierra. Recuerdo a Richard Gere en el papel de abogado, en ’Shal We dance? ‘, reflexionando sobre los cambios de la vida, sobre las últimas voluntades que, a veces, no son las últimas. Y pienso en las esperas de hoy en los Notarios, en sus agendas desbordadas de temerosos. Donde antes veían gentes prudentes, diligentes padres de familia, apesadumbrados cargamentos de culpa que pasaban el testigo de sus secretos, ven ahora a personas que apenas guardan el equilibrio, que sienten el vértigo de encontrarse en el filo de la navaja, en primera línea, al borde del abismo. Se alteran las perspectivas y las prioridades. Mudan los preferidos y los proyectos quedan, quizá inconclusos para siempre. El virus es una estación donde sentarse a pensar, a ordenar papeles, abrir cajones, desanudar rencores y lazos que sujetaban sobres azules y tardes de verano, de hace mucho tiempo. Una se hace un café y se imagina con quién, dónde, cómo envejecer. Empieza a tejer, las horas, y a cavilar, su miedo. Su quien depende de ella, su aún no han terminado de crecer, su amor, su aliento. Un suspiro anida en la garganta como si fuera un pájaro helado de frío. Temblando. Repasa la carpeta de los seguros, de los bancos, de la casa. Ordena los armarios, lo inacabado, los pospuestos sentimientos, no dichos, no curados, refresca los olvidos, los airea para que quien llegue huela a limpio. Deja todo a la vista, su vida, llena de arrugas, bella, de tanto sonreír, de tanto llorar, de tanto. Presta.