Viernes de noviembre, desangelado, abatiéndose, abatiéndonos. No fue premeditado, buscar abrigo en los kilómetros, los fados de Zambujo abrieron camino, iniciado sin saber donde conducía, hasta llegar a Marvao. Subí la cuesta arrebujada en mi echarpe de Cachemira, como si fuera una de esas mantitas a las que los bebés se aferran para poder dormir. Las calles vacías. Y al menos dos rostros detrás de las cortinas, expiando el pasar de las horas, largas, lentas. Como el humo de las chimeneas. Fue un déjà vu: La pousada, el regreso a una casa familiar que me recibía con olor a café, a leña y a cuero. El nudo en la garganta lo pasé con un trago de bagaço, y la vista se me perdió en el paisaje, en aquel tiempo que también era de castañas, hace casi treinta años. Los tres nos sonreíamos de puro gusto. Ángel Campos sostenía una copa de balón que se calentaba entre las manos, balanceándose, entretenida entre sus versos, esculpidos, impolutos, hermosos. Que se le escapaban ociosos bajo el mostacho y la risa de medio lado. Y con ellos te llevaba cerca, a San Vicente, a su madre, junto al poeta Aníbal Núñez, y lejos, hasta cruzar el puente 25 de abril para mostrarte la ciudad, depositándotela en el regazo como una ofrenda inmaculada. Qué chica era yo y qué grande él. Años de felicidad arrebatada, de disfrute sencillo, de creer que había tiempo, mucho tiempo. De tanto recordarlo su ausencia acabó dándome calor y compaña, y le fui contando de esta vida sin él, poniéndole al día, le hablé de esta columna y se la escribí allí, a su lado, porque como decía «a veces sólo un gesto es suficiente para salvar el día. Y escribir tal vez es ese gesto que prolonga el latido de los pulsos hasta la sed secreta de los párpados. Escribir tal vez sea comparecer ante los otros con los ojos más limpios, indefenso, y vacías las manos, sin dispersar la voz, respirar con sosiego bajo el agua. No hay otro modo de mirar las cosas sin perderlas del todo». Cae la noche, sube la humedad del suelo, enciendo las luces del coche, la calefacción, los limpiaparabrisas, rápidos, la música. Suena Loquillo cantando ‘Lisboa’, para llevarnos, Ángel, de vuelta a casa.