Quiero terminar el año elogiando algo cada día menos apreciado por esta sociedad cuerda y lógica, que bajo el paradigma de la racionalidad, todo lo demás de la condición humana lo ha relegado a un segundo plano, al ámbito de lo menor, cuando no de lo vergonzoso y lo reprobable. No desprecio la especulación inteligente, todo lo contrario --si no, no podría dedicarme a lo que me dedico--, pero soy un defensor a ultranza del instinto y del papel que el instinto debe tener en nuestra vida.

Hoy, 31 de diciembre, es un buen día para hablar del instinto, porque es una de las pocas ocasiones del año en que lo instintivo le gana la batalla a lo consciente. Hoy se apagan los silogismos y se encienden las corazonadas. De la razón pesadísima del año terminado e irremediable, pasamos a la intuición perfumada de toda novedad posible. Hoy es un día para el olfato de lo bueno que vendrá, para el atavismo secular de la esperanza, para la propensión de la promesa, para la sugestión de una nueva vida. Para el instinto y para los instintos, en suma, tan importantes en todas las especies y que en la nuestra hemos convertido en el pariente pobre del discernimiento.

Hoy es día de liarnos la manta a la cabeza, para olvidar y para prometer, para beber y para amar, para bailar entre las últimas horas de un año y las primeras del siguiente, cuya terminación nos va a dar --depende de nosotros-- un cero pelotero, o una matrícula de honor en nuestra vida. Hoy es un día, en fin, para el instinto. Para dejarnos llevar y para dejar que nos lleven, que es una forma perfecta de conducirse, sin propósito y sin programa, con el único designio, eso sí, de que gane el instinto.

A la pasión sexual los moralizadores la llaman bajo instinto, como si la bajeza dependiese del vehículo y no del conductor. El deseo de vivir es instinto de supervivencia y la defensa contra el daño, instinto de conservación. Pero hay quienes niegan que los humanos tengamos instintos --que estarían reservados sólo para los otros animales-- dado que en nosotros prevalecerían las pautas culturales.

Pero esta grata inquietud del último día del año, este afán de renovación, esta avaricia de sensaciones, esta apetencia de placer, esta pulsión de olvido y de avatares, es una ocasión para identificar y disfrutar el instinto. ¡Feliz e incitante 2010!