En estos días es frecuente oir el lamento de muchos padres que han visto frustradas sus esperanzas al ver que sus hijos no han sido admitidos en el colegio que solicitaron. La insistencia de los padres al elegir un centro escolar no está motivada, en la mayoría de los casos, por la cabezonería o el prejuicio, sino por la oferta de servicios, que es bastante desigual.

No cabe duda de que el mejor colegio siempre es el que tiene los mejores maestros, pero la escuela pública del siglo XXI debe prestar otros servicios socioeducativos que ayuden a las familias. Muchos padres se sienten discriminados al comprobar que hay colegios públicos que ofrecen desayuno, comida, programas bilingües, actividades de verano, etc. y el de su hijo no, y además no tiene posibilidad de acceder a ellos por el lugar donde reside o trabaja.

La creación de esos servicios no puede depender de la voluntad de los directores, de las ampas y de los ayuntamientos, porque se ha visto que no siempre funciona. Educación debe actuar de oficio y garantizar una oferta igual a todos. No es competencia de los maestros educar a los niños, tampoco lo es de los padres gestionar servicios.