Dice el refrán que del toro manso me libre Dios porque del bravo me libro yo. También suele decirse que con estos amigos no hacen falta enemigos. Y eso es lo que nos puede estar pasando en Badajoz con los autoproclamados amigos de la ciudad y nuestros, que con su buenismo, por un lado, y con su rigorismo dogmático, por otro, empiezan a constituirse en un corsé para el desarrollo y la modernización de Badajoz. Le han puesto pegas al cubo de Biblioteconomía, al cubo de cristal de la plaza Alta, a la planta supletoria del antiguo Bárbara de Braganza, a la ampliación del Museo de Bellas Artes... ¡No descansan!

A lo mejor lo que necesitan los autoproclamados amigos de Badajoz es darse un paseito por la historia y por el mundo. Leyendo a los clásicos aprenderán cómo se construyeron las grandes ciudades de la antigüedad, y cómo lo ahora considerado arte en esas urbes se erigió sobre, o al lado de, otros edificios igualmente estimables. Basta darse una vuelta por el mundo, para comprender que las ciudades evolucionan con los gustos, la estética y la tecnología de cada época. Pero, si por los amigos de Badajoz fuera --los pongo en minúscula a propósito-- en París, además de la torre Eiffel, ejemplo que ya puse en otro artículo, tampoco hubiera podido construirse la pirámide del Louvre ni el Centro Pompidou; ni en Madrid, el cubo de Moneo en la amplación del Museo del Prado; ni en Londres, el Gran Atrio del Museo Británico; ni en Berlín, la cúpula del Rechstag; ni en Venecia, la pasarela de Calatrava. Y no sigo. Hay ejemplos a millares en el mundo.

A ver si va a resultar que los amigos de Badajoz son más entendidos en esto de las arquitecturas y las aportaciones de la modernidad a las urbes que Leo Ming, Renzo Piano, Richard Rogers, Norman Foster, Moneo o Calatrava . A ver si vamos a estar todos equivocados y sólo ellos van a tener razón. Está bien su papel de contrapeso en los excesos constructivos, pero lo que no pueden es costarnos una fortuna a los contribuyentes con sus ocurrencias, y detener la recuperación y el desarrollo de nuestro casco urbano. No sea que por esa amistad tan grande que nos han jurado a Badajoz y a sus habitantes, tengamos que alejarlos de nosotros, por su agobio insufrible, como a enemigos. Se lo están buscando.