Son hijos de Badajoz y también sus enemigos. Creen ser muchos, y apenas reúnen un puñado de exaltados. Creen tener poder, capacidad de convocatoria y aplauso general pero, en realidad, su poder es ficticio, su convocatoria, ridícula y nulo el apoyo social. No son de derechas ni de izquierdas sino de ellos mismos. Basan su estrategia en el ruido y no en la colaboración, en la ruina y no en la construcción, en el insulto y no en el argumento. No concurren a las urnas porque se creen dueños de la soberanía popular, cuando no la conculcan o se ríen de ella.

No quieren a Badajoz porque sólo alimentan su vanidad personal, sus ambiciones más íntimas, las ansias de un protagonismo nacido entre los rescoldos de infancias truncadas, adolescencias traumatizadas y complejos de juventud. Por eso casi nunca actúan a la luz sino entre las sombras, buscando el mayor daño posible, el desconcierto y la discordia. Quienes les ríen las gracias y apoyan sus acciones no son más que comparsas que acabarán siendo devorados por sus ejemplos a seguir. Su odio a Badajoz es producto de la raíz de amargura que asola sus almas. Habría que perseguirlos, acosarlos, colgar sus fotografías y nombres por las esquinas y plazas para que los vecinos sepan quiénes son sus enemigos. Habría que desterrarlos. Pero saben que nosotros no somos iguales que ellos y que nuestro civismo nos impide devolverles el golpe.

Sólo podemos delatarlos. Los enemigos de Badajoz son los fascistas ignorantes que sin respetar a los muertos llenan de pintadas las paredes del cementerio. Los dueños de perros que no recogen sus mierdas de aceras y parques. Los que roban flores en los jardines, venden drogas a nuestros jóvenes y hacen carreras de coches. Los que no respetan a los peatones, la plataforma única y las plazas de minusválidos. Los que aceleran cuando hay charcos y la acera es estrecha, los que insultan en internet escondidos en el anonimato, los que se cuelan, los que prenden fuegos a contenedores y papeleras, los que dejan sofás y somieres junto a la basura, los que vierten el cenicero en el semáforo, los que escupen en la calle y eructan en los bares. Los enemigos de Badajoz son los que nos roban cada día un poco de nuestra ciudad.

Somos muchos los amigos de Badajoz como para permitir que unos pocos nos impongan la tiranía de su enfermiza ley.