Dolores Fernández Salas cuidó durante 17 años de su madre, llamada también Dolores, enferma de Alzheimer, hasta que murió. Ahora, transcurridos casi tres años desde el fallecimiento, la hija comenta que "con todo lo mal que lo he pasado, doy gracias a Dios por haberme dejado cuidar a mi madre y haber estado a su lado. A pesar de que es una enfermedad terrible, me siento tranquila y esperanzada de que he servido para algo en mi vida".

Dolores Salas era maestra, "tenía una cultura vastísima", además de "una inteligencia privilegiada". Pero su hija empezó a notar situaciones extrañas. Dolores Salas había sido siempre extremadamente ordenada, hasta tal punto que en la puerta de cada armario rezaba lo que guardaba el interior. Pero de repente sus cosas empezaron a aparecer desordenadas. Una mañana que tenía que ir a comprar a la mercería de siempre, regresó diciendo que se había perdido y no había encontrado la tienda. "Se ponía a llorar sin saber porqué. No era capaz de seguir una conversación", recuerda Dolores.

"Yo no sabía qué tenía", dice la hija. El médico de cabecera le dijo una vez que le pidiera a Dios que ojalá no le ocurriera lo que a su padre, que hubo que atarlo a la cama. Entonces no había datos sobre esta enfermedad. Pero un día Dolores llevó a su madre al neurólogo y, antes de entrar en la consulta, leyendo el periódico se detuvo en una noticia sobre la muerte de la actriz Rita Hayworth, "y los síntomas coincidían". El neurólogo le confirmó que su madre tenía Alzheimer.

DESCONOCIMIENTO

Para la hija fue enfrentarse a una situación completamente desconocida, y de la que además se sabía muy poco. Su familia fue durante todos estos años su mayor punto de apoyo.

Encontró una asociación en Madrid, empezó a conocer la enfermedad y cómo tratar al enfermo. Le ayudó mucho el Teléfono de la Esperanza, "porque hay momentos en que te vienes abajo". Su madre se negaba a comer y su yerno tenía que darle la comida como a los niños pequeños "haciendo el avión". Tiraba las pastillas "porque decía que la quería envenenar". A la fase del olvido le siguió la agresiva, que duró poco y, después dejó de andar y hubo que encamarla. "Me dediqué completamente a ella, durante ocho años que duró su agonía no dormí", cuenta la hija.