Mañana se cumplen doscientos años del fallecimiento del general Menacho en el baluarte de Santiago, cuando una bala de cañón le atravesó el vientre. Fue en 1811. Desde el 26 de enero, Badajoz estaba cercada por los franceses, pero según contó Menacho en una carta a su mujer que aguardaba en Elvas, tenían provisiones para aguantar un año y más soldados y cañones que los enemigos. El cronista oficial, Alberto González, explicó ayer que Menacho no se limitó a esperar durante el asedio los ataques de los enemigos sino que desde dentro hacía incursiones hacia fuera de vez en cuando para intentar destruir los cañones y las trincheras francesas. Fue en una de estas salidas, "que había resultado particularmente brillante", cuando el general ya había regresado al baluarte de Santiago y "tan enardecido estaba" que se subió encima de un parapeto a arengar a sus soldados, "con la mala fortuna" de que una bala disparada desde el Cerro del Viento le impactó directamente y allí cayó fulminado. Fue enterrado "en secreto" en la catedral y el cuerpo permaneció en lugar desconocido durante 50 años.