O sea, que me voy a la puerta de tu casa, me hago acompañar de un grupo más o menos numeroso de agresivos y vociferantes conmilitones (porque solo no iría ni muerto), te espero a la salida o la entrada, vayas o no acompañado de tus hijos, tu padre o tu pareja, estés o no enfermo o hayas enterrado a tu madre esa mañana, y te insulto, te agredo, te persigo, te acoso, te amenazo, te intimido y te pongo al límite de un infarto o de la violencia física y resulta que eso se llama acción legítima de protesta. O sea, el escrache, un palabro, ahora de moda, como en su momento lo fue, por ejemplo, el del chapapote, surgido en Argentina para retratar y denunciar a los golpistas militares condenados. Aquí, sin embargo, siempre tan exigentes y desproporcionados, equiparamos el desahucio, por terrible que sea la situación, que lo es, con el genocidio.

Es lo de siempre. Hay políticos, sindicalistas, periodistas, profesores, artistas, empresarios, profesionales de todo tipo y ciudadanos de cualquier condición que creen que tienen el monopolio de la verdad, la decencia, la justicia y la solidaridad y, anclados en ese fingido interés social y su despreciable autoridad moral entre ellos asumida y solo por ellos bien administrada, buscan un concepto, lo adaptan a las circunstancias, agitan a algún colectivo fácilmente manipulable, salen en tromba por los medios a defender la acción y acaban otorgándole legitimidad. Para muchos, la palabra, incluso la forma de protestar, es nueva, pero las técnicas son tan viejas como el mundo: agitación y propaganda. Al portal jamás acuden los que dirigen el operativo desde el salón de sus casas de doscientos metros cuadrados. En algunos casos, ni siquiera los propios desahuciados, sino los profesionales de la agitación que, curiosamente, siempre buscan escrachar a los mismos.

Vivimos en una democracia con imperfecciones pero que se va renovando constantemente y adaptándose a las necesidades de los ciudadanos. Contamos con un sistema legal cada vez más justo y garantista. Tomarse la justicia por su mano o señalar a unos u a otros, además de provocar una fractura social de difícil cura, recuerda otros tiempos y otros regímenes que empezaban señalando a los que no pensaban como ellos y terminaban por arrebatarnos a todos la libertad.