En 1969, Borges publicó Elogio de la sombra, un ramillete de poemas donde uno de ellos, Un lector, comienza: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito;/ a mí me enorgullecen las que he leído». Lo normal es que un 23 de abril recomendemos libros que hemos leído y nos conmovieron. Disfruten con Un caballero de Moscú, diviértanse aprendiendo con Latín Lovers, reflexionen con Crisis de valores en el cine posmoderno, regresen una y mil veces a Los asquerosos y descubran, de paso, del mismo autor, Los millonarios, excelencias al cabo de la calle, sumérjanse sin miedo en La plaza y la torre, sorpréndanse con El caso de los asesinatos de los Greene, lean cualquier cosa de Luis Alberto de Cuenca, y muéranse de la risa con Las aventuras de un faquir en el país de Ikea. Cela decía que para escribir solo hay que tener algo que decir y permítanme que, por una vez, además de mis lecturas, escriba de cuanto escribo o, mejor dicho, de aquello que guardo inacabado o inédito y que ya es un libro, aunque esté solo en mi mente, en un puñado de folios o en un documento de Word. Dejen que les hable de mis tres novelas -No es fácil ser verde, El hacedor de recuerdos y El asesinato del embajador postal. Un thriller entre villancicos y cenas de empresa-, de mis tres recopilaciones de cuentos -Memorias de la maldita melancolía, Terroríficos cuentos de verano y Terroríficos cuentos de Navidad-, de mis tres poemarios -Shakespeare enamorado, Versos para Melpómene y Cuando Bogart dijo aquello- y de mis ensayos Diversión en el caos. Una aproximación a las fiestas de Badajoz y La transición del cine mudo al sonoro en Badajoz (1929-1933). Todas esas páginas están, como escribí antes, en mi cabeza o en un cajón o en una carpeta en el ordenador. Dicen de mí, hablan de lo que siento, fueron testigos de días de folio en blanco, de amores rotos, de melancolías eternas, de promesas incumplidas, de horas de producción compulsiva, de correcciones al límite, de ilusiones infinitas. Los libros hablan de uno mismo, pero, también, hablan de su entorno, de quienes comparten el tiempo de creación o la incertidumbre de la publicación y, más que ello, hablan del mundo, del mundo en que vivimos, del mundo que compartimos, ese pequeño o gran universo donde son tan comunes las emociones que nos sentimos representados en ellas y en los libros que las contienen.