TMte molesta el cuento de la lechera. Me entristece y desagrada como un oráculo adverso. Inexorable, desesperanzada, cruel y despiadada, esa fábula impide el emprendimiento, casi obliga a quedarse quieto. Exterminadora de ilusiones paraliza la iniciativa, ¡no vaya a ser que la leche se derrame y los anhelos acaben enterrados bajo la estéril tierra! Era un pesimista el griego Esopo, y su relato ha sobrevivido al paso de los milenios y ha llegado a nuestros desmoralizados días. Es el cuento del sueño imposible que nos sume en la melancolía ¿Para qué?, para qué intentarlo si la leche se derramará y no habrá nata, ni mantequilla, ni huevos, ni pollitos, ni traje, ni baile, ni molinero ni su hijo.

Con el cubo en la cabeza caminamos despacio, más miedosos que precavidos. Así llevamos varios años, sin atrevernos a dar un mal paso, arrancándonos de cuajo cualquier anhelo que se haya atrevido a germinar en el territorio fértil de la mente. Nada de sueños que se tornen imposibles y acaben quitándonos hasta la leche de la supervivencia. Hasta este momento hemos llegado, desencantados y con temor al emprendimiento, al riesgo, por si tuviera razón el fabulista e, inexorablemente tuviera que cumplirse la infausta moraleja, pero parece como si ahora empezaran a ejercitarse las alas, como si quisiera recuperarse la confianza en que es posible cambiarle el final al cuento del antiguo y agorero griego.

Eso parece, y ¡ojalá no se caiga el cántaro! que yo soy pesimista por naturaleza. Parece que sí, que hay quien comienza a mirar de otra manera. Lo digo porque sube la confianza empresarial, y lo hace en España por segunda vez consecutiva. Pues ya tenemos el ingrediente perfecto: si hay confianza habrá inversión, y de la inversión surgirá el empleo, y del empleo la riqueza, y con riqueza nos podremos comprar el vestido y, quizá, conquistar al hijo del molinero.