Estar a la altura es la misión que tenemos en la vida. Hay dos planos esenciales en los que tenemos que estar a la altura, si no queremos fallar como personas y como miembros de la sociedad. El primero es estar a la altura del otro. El segundo es estar a la altura de las circunstancias. Estar a la altura del otro significa ser conscientes de la valía y de las necesidades de quienes tenemos alrededor, tratarlos con el amor y el respeto que les debemos y dirigir hacia ellos la solidaridad y la generosidad que su dignidad y su situación nos reclaman. Estar a la altura de las circunstancias significa ser conscientes del momento social e histórico en el que vivimos, compartir como buenos ciudadanos los problemas de la ciudadanía y colaborar a su solución en la medida de nuestras posibilidades, con nuestro trabajo, nuestra honestidad y nuestra implicación social.

Digo todo esto, que es una evidencia, como recordatorio de que en el momento trágico en el que se encuentra España, la mayoría de los poderes del Estado han dejado hace mucho tiempo de estar a la altura, si es que lo estuvieron alguna vez. Aquí ha fallado estrepitosamente el poder ejecutivo, es decir, la jefatura del Estado, el Gobierno y la oposición, tanto en el país como en las autonomías; han fallado gravemente el poder legislativo; han fallado abrumadoramente los órganos representativos del poder judicial, que no los jueces; han fallado por acción u omisión la patronal y los sindicatos; han fallado ominosamente, salvo excepciones contadas, los medios de comunicación; y ha fallado de manera escandalosa la jerarquía católica. Ninguno de estos poderes está ni a la cuarta parte de la altura que hace falta para encauzar esta situación.

Aquí, los únicos que hemos estado y estamos a la altura somos los ciudadanos y las ciudadanas de todas las ideologías y todos los credos, que mediante el civismo y la acción individual o colectiva directa, gastamos los últimos restos de nuestra paciencia y de nuestra lealtad, apelando aún al buen sentido de nuestros dirigentes, y estamos poniendo un colchón de solidaridad entre la intemperie y los doce o quince millones de personas, por lo menos, que en nuestro país han caído en el abismo de la pobreza y del abandono institucional. Queda muy poco tiempo. Pero no sé si los que no están a la altura lo entenderán dentro del escaso plazo que hay.