Pues sí. Estuve en la concentración del jueves en la plaza Alta. Lo avisé. Hubo más gente; sí que hubo. Menos de la que me hubiera gustado, pero más de la que es habitual en una ciudad tan desmotivada y apática como Badajoz. La ocasión lo requería y los alumnos de la facultad esa de nombre largo, ustedes me entienden, la que los fervorosos badajocenses quieren echar de la alcazaba, también. No todos, pero sí bastantes. Y, además, --hay que ver lo listos que son ahora los chicos-- se daban perfecta cuenta, lo digo por sus gritos, de que se estaban jugando mucho. Entendieron que si "se vuelve el antiguo hospital Militar a su estado original" ellos ya no continuarán allí y nadie sabe dónde irán. Y los gastos que les provocará a sus familias derribar un cubo construido sobre una cocina.

Allí todos estábamos politizados. Había gente de partidos y de sindicatos. Y de asociaciones y de agrupaciones. O sea, políticos. Faltaban los apolíticos, los independientes. Los que acatan la ley, como si los demás no lo hiciéramos, y sólo protestan cuando las cosas las hace la Junta. O la Administración central. Vamos, los rojos. Bueno, no los rojos totales. Nos concentramos para pedir que no se cometa una atrocidad. Para rogar que no sea peor un remedio que una enfermedad. Para que la ignorancia, siempre atrevida, no oculte lo razonable. O sea, nos pronunciamos por Badajoz y su casco antiguo.

Y me manifesté yo. Miren por donde. Yo que no sirvo más que para sujetar una pancarta. Eso hice. Yo que estoy mal visto por tirios y troyanos. Claro. No soy de aquí. Pero, entiéndanme, si hago de tenante es porque soy un estómago agradecido. Siempre lo he sido. Lo dijo mi padre cuando nací: --Este niño siempre será un estómago agradecido. Por eso no me admitieron ni en la OJE. Y, figúrense, me saludó, muy educado, uno de los arquitectos del cubo . El mismo que me había amenazado con no sé qué libro de visitas de obra si me seguía empeñando en defender los restos arqueológicos del hospital. Los únicos testigos de la fundación de Badajoz, que él, entre otros, quería destrozar. Los estómagos agradecidos no tenemos remedio. Aun así, este que lo es, va a seguir haciendo lo posible, con más gente, por mantener, el cubo en su sitio. Vamos, un desastre.