En estos días de secesionismos absurdos y otoños veraniegos, de votaciones de la señorita pepis y abrigos que se resisten a salir de casa, hemos olvidado que llegó el otoño con la caída de las hojas, que estamos en octubre y que por pasar, ya ha pasado el puente del Pilar, un mes de curso, el fallo del premio Planeta, la fiesta nacional, y a punto estamos de llegar a Halloween, cambiar la hora y comernos los huesos de santo. Mientras intentamos sobreponernos al regreso de los payasos de la tele, a la guerra de banderas, a las fiestas ibicencas y a un inusitado deseo por hablar y otras tonterías del lugar, «gira, el mundo gira en las calles, en la gente, corazones que se encuentran, corazones que se pierden, alegrías y dolores de la gente como yo». Octubre es el mes de la melancolía, de los atardeceres sin darnos cuenta, de las noticias que nunca parecen buenas, de los resfriados tempraneros y de los recuerdos que, bien seleccionados, siempre llenan los vacíos que el alma lleva. No sé por qué o porque la edad no perdona y el tiempo presiona y la vida fluye sin control y cuanto ocurre en el mundo o en la puerta de casa ya no nos sorprende por repetitivo, por estúpido y por cansino, que algunos, en octubre, volvemos a la única patria que nos alimenta y por la que morimos: la de la infancia, la de aquellos años en el colegio General Navarro de la mano de don Domingo, don Gregorio y don Jesús, la de la adolescencia en Zurbarán, con doña María Bourrelier o don Bernardo, doña Guadalupe Carapeto, Pecellín, Teresa Quintanilla, Ricardo Puente, don Carmelo, Tomás Pérez, Baraínca o Mercedes Santos o en la discoteca del Casino en la calle del Obispo donde los primeros amores nos daban calabazas o bofetadas, que nunca se sabía cuáles llegaban primero, pero venir, siempre venían, y doler dolían de igual manera. Entonces, no sabíamos que se titulaba Earths’s Cry Heaven’s Smile pero cuando Carlos Santana empezaba a puntear en su guitarra Europa nos daba igual que fuera un homenaje a una amiga con problemas o a la Europa que raptó Zeus por su belleza, porque nosotros bailábamos agarrados, como debe ser, no solo a la mujer de nuestros sueños sino al sueño de nuestra vida que estaba por comenzar. Entonces sí, entonces los otoños parecían primaveras.