Eva Callejo murió a primera hora de la tarde del 30 de julio, en la víspera de la gran vacación, tomándose su agosto definitivo y para siempre, que bien merecido se lo tenía. Cerré la anterior temporada de Extreordinarios con una mujer, Bebe y abro ésta con otra, Eva, las dos tan modernas, tan actuales, aunque las separen varias generaciones, nada menos que sesenta años. Sin Eva, sin lo que Eva Callejo representó en el Badajoz y en la Extremadura de la transición, e incluso antes, no habría Bebe. Eva y Bebe son dos gotas de comprometida feminidad en este jardín que es la vida, que si tiene algo de paraíso es gracias a mujeres como ellas, las que con su creatividad, con su fecundidad y con su gracia fertilizan y traen abundancia de vida al yermo.

Eva Callejo se atrevió siempre a ser ella y a ser independiente. Logró sobresalir a pesar de la arrolladora personalidad de su marido, el pintor Manuel Fernández Mejías . Fue política de izquierdas --como no podía por menos una mujer progresista y adelantada como ella--, buena pintora, escritora y articulista de prensa. Durante muchos años desarrolló una intensa actividad artística e intelectual y puede decirse de ella que en los años de la dictadura y en la transición fue el otro faro femenino de Badajoz, donde el primero fue Esperanza Segura. Las dos --Eva, casada y Esperanza, soltera-- llevaron adelante las ideas de libertad, de feminismo y de progreso en aquellos años negros y baldíos del Badajoz sometido, iluminando tan pesada oscuridad.

En cuanto llegó la democracia sacó a la luz su labor política y, afiliada al PSOE, fue concejala en el Ayuntamiento de Badajoz. Fue también madre y trajo al mundo tres hijos todos ellos artistas: Juan Manuel , notable pintor, Gonzalo , buen guitarra e inventor, y Rafael , músico reconocido, que fue miembro de Tam Tam Go.

Mirando su obra humana, política, literaria, artística y materna, se puede decir que Eva Callejo nos ha dado todo lo que tenía que dar, sin quedarse nada. El resumen de su vida es esta palabra tan difícil y hoy tan olvidada: munificencia. Y yo, desde la trascendencia laica y agnóstica de la vida y la muerte, le alabo el gusto de irse en vísperas de agosto y pienso en ella y veo unas olas frescas rompiendo en la memoria de su alegría.