TNto soy partidario, por estética y utilidad, de convertir el suelo de las ciudades históricas en una especie de damero donde alternan partes de pavimento y zonas acristaladas, que cubren restos arqueológicos. Y digo cubren, porque no siempre permiten verlos, por las condensaciones que produce la humedad del suelo. Es una solución cara y con frecuencia inútil. No creo, tampoco, que todos los restos arqueológicos deban quedar visibles. Sólo los significativos. Si bien, eso de significativo no sea siempre algo tan indiscutible. Conviene diferenciar, en estos asuntos, lo aparente de lo importante. Por poner un ejemplo, los restos romanos que se exhuman en Mérida suelen ser de piedra, buena mampostería u hormigón. Son muy aparentes y consistentes, pero no siempre su conservación al descubierto aporta nada al ornamento público, siendo su valor relativo, por su abundancia. No me refiero, claro, a elementos excepcionales. Sin embargo, en Badajoz, donde siempre hubo malos materiales de construcción, casi todos los vestigios son endebles y hay que tratarlos con extremo cuidado. ¿Cuáles debieran dejarse a la vista, debidamente protegidos, y cuáles no? Hay casos y casos.

En el del Museo de Bellas Artes, parece que la Dirección General de Patrimonio ha dado permiso para desmontarlos. Sus motivos tendrá. Dudo mucho que hubiera algún vestigio califal. Pero, eso es lo de menos. Argumento indiscutible a favor del desmonte es hacer públicos los informes. Eso no soluciona siempre el futuro de lo aparecido, pero tranquiliza, porque se han cometido, y se están cometiendo, muchos desmanes legales. Y luego se tapa, o no. Pero, en este caso concreto, siendo todo resto de valor histórico, hablamos del subsuelo de un museo, ¿no daría lo mismo dejarlos visibles, pero cubiertos? No me van a decir que es un problema presupuestario después del embrollo creado -lloviendo sobre mojado- por la aparición -previsible- de restos y por el modo y el presupuesto gastado en librarse de ellos. No se si lo descubierto es de la época que se afirma. A decir verdad, no me fío nada de la pericia arqueológica de ninguno de los que opinan -y de muy pocos de los que juzgan-, pero la gestión de todo esto ha sido un desastre. Por falta de previsión. Y, por cierto, no achacable, por una vez, a los políticos.