Arqueólogo

Digamos, para finalizar la serie sobre fachadas interrumpida por agosto, que es bueno tomarse con calma eso de los enlucidos en los monumentos. Si no se analiza el problema con cuidado podemos pasar inadvertidamente del deseo loable de proteger el patrimonio a una propuesta reaccionaria e ignorante cuya mayor pretensión es dejar las cosas como estuvieron ¿toda la vida?. Pero, ¿toda la vida de quién? La de una sola persona o la de dos o tres generaciones es demasiado poco para invocarla como argumento conservacionista. Conviene estudiar y no sacar la lengua, o la pluma, a paseo sin haberse informado previamente. Los expertos son los que son, aunque todos tengamos derecho a hablar.

Total. No sé a qué vienen las quejas por el tratamiento dado a la nueva fachada del Museo de la Catedral. Ha dignificado de un modo discreto y eficaz unas traseras carentes del menos interés estético e histórico. Seguramente hay cosas más importantes que discutir.

Cambiando de tercio. ¿Se ha dado cuenta alguien del calor que provoca el reflejo del sol en el bonito pavimento de la plaza de España los días de canícula? Ya di en su momento la opinión que su estética me merecía. Lo que no habíamos podido considerar, por falta de experiencia veraniega, eran los poderes calóricos del mencionado suelo. Tampoco el aspecto desaseado de las aceras de granito, manchadas de grasa por los clientes de las terrazas. Me consta que los propietarios las limpian, pero el resultado final es una muestra de que lo mejor es enemigo de lo bueno.