Era el día del hijo de Moura. Se presentaba en España, en la fronteriza plaza de Badajoz, y congregó a numeroso público, atraídos probablemente por compararlo con su progenitor. Fue, casi con toda seguridad, la única tarde de su carrera en la que al padre no le importó no triunfar. Pero el niño se medía también a todo un monstruo del toreo a caballo, el navarro Hermoso de Mendoza, que dejó constancia de su primacía.

Tres orejas se llevó el joven Moura y dos Hermoso de Mendoza, mientras que el veterano Moura escuchó sendas ovaciones. El encierro de Los Espartales, de extraordinaria presencia, se dejó en líneas generales. Fueron toros aptos para las embestidas que necesitan los rejoneadores, pastueños y obedientes. Especialmente destacó la calidad del segundo de la tarde, un toro de gran bondad, que permitió a Pablo torear con mucho temple, muy cerca de la cara, traspasando límites y distancias impensables. Fue una faena de mucha cadencia, excelente gusto y más torería. El quinto apenas transmitió. Pablo le atacó siempre de frente y llegándole mucho, pero falló con los aceros.

Moura hijo, con el toro de su presentación, un ejemplar de los que sobresalieron del manejable encierro del ganadero extremeño Iniesta, hizo vibrar al público con su toreo a dos pistas. Llevó muy cerca al toro, como cosido a su cabalgadura y mostró un tono alto. Con el rejón de muerte, tanto en éste, como en el sexto, estuvo acertadísimo. Con el que cerró corrida, el joven portugués tuvo que hacerlo todo, pues el animal, mansote y aquerenciado en tablas, se oponía a seguir a los equinos.

Moura padre tuvo un lote de poca transmisión y además no acertó con los rejones de muerte, por lo que se fue de vacío.