TLtos munícipes de las ciudades con casco antiguo --la mayor parte de las españolas-- se estrujan el cacumen --a veces-- intentando abrir espacio a los automóviles. Para permitir, en definitiva, que sus moradores no pierdan capacidad de acceder en vehículo a sus residencias. Y, sobre todo, no se conviertan en ciudadanos de segunda por el hecho de residir allí.

Pero es que, lo aceptemos o no, uno de los mayores enemigos del patrimonio histórico es el automóvil y, por extensión, el tráfico. Y tenemos el reto de resolver la tensión evidente entre coche --léase, derecho individual-- y patrimonio --léase, derecho colectivo--. Pero no se puede sacar espacio de donde no lo hay y los espacios vacíos suelen ser una rareza. En Badajoz el ayuntamiento opta por vaciar baluartes. Antes derribó el antiguo seminario de San Atón con muy dudoso criterio y éxito y la Junta iba y va a remolque de esas iniciativas cortoplacistas y miopes.

Aligerarán, quizás, el problema. No lo resolverán. ¿Y cuándo se acaben los baluartes? Ni espacio, ni patrimonio. Los vehículos no van a desaparecer; siempre existirá algo que satisfaga la necesidad de transporte individual y el ego de los ciudadanos. Eso mientras no se invente la transubstanciación urbana e interurbana.

Dirán lo que quieran y lo justificarán como prefieran. Sean del color que sean están equivocados, porque sus actos no son reversibles; por eso son muy dañinos. Aquí lo único cierto es la dilapidación patrimonial. Porque el relleno de un baluarte le es tan consustancial como su revestimiento externo. Ahí está la vergüenza del aparcamiento de Santiago, que, por no tener, ni ha tenido frutos científicos. O el de San Juan de Dios --en Olivenza, eso sí-- vaciado para construir un hotel descabellado, por expresarlo de modo suave. No les da vergüenza a los políticos y, también, a bastantes componentes de las comisiones técnicas de lo que están haciendo. Nunca debemos perdonarles sus fechorías y se está convirtiendo en una obligación sacarlos de la sombra, hacer públicos sus nombres y el sentido de sus votos. No van a tener ni la satisfacción de acabar con el problema que dicen querer solucionar. Y luego hablan de planes para poner en valor los baluartes. Ja, ja.