Habiéndose escrito ya casi todo sobre la muerte de Fidel Castro, incluyendo las visitas a Cuba -desde los viajes políticos de unos hasta los muy denigrantes de turismo sexual de otros, pasando por los profesionales o las lunas de miel, que también han existido, de los que hay miles de anécdotas que compartir, a favor y en contra- o las fotos con él o sobre él- queda ya poco que contar sobre un personaje que ha generado los odios más acentuados y las adhesiones más inquebrantables. Como el nuestro aquí, ¿recuerdan? Por cierto, también gallego, ¡qué casualidad! (sí, ya sé, gallego era el padre de Fidel, que los puristas son capaces de todo con tal de afearme el párrafo, pero los profanos deberían saber que un gallego de origen o ancestros es un gallego hasta la eternidad). Fidel se ha muerto siendo el creador del castrismo, el epicentro de la revolución, el discurso del totalitarismo, la imagen más romántica, si se quiere, del comunismo, la iconografía del antiimperialismo, el referente de un puñado de líderes latinoamericanos y de miles de revolucionarios e intelectuales de salón, pero se ha muerto, también, sin poder superar la impronta del mito, la imagen del guerrillero, el legado de un argentino que con su radicalidad, su porte y su muerte prematura le eclipsó durante toda su vida. Fidel no era un hombre de paz, no creía en la democracia, su régimen alimentaba el miedo con los ojos en cada esquina, los terribles CDR, su comunismo era una fachada, su lucha anticapitalista un argumento para liderar a los pobres de la tierra en los que había incluido a su propio pueblo, su vestuario militar un aviso a navegantes, el embargo americano -efectivamente perjudicial para la economía de la isla- una excusa para ocultar las carencias internas y el asunto de su exitosa sanidad y educación un bluf venido abajo por la evidencia de sus fracasos.

Sin embargo, Cuba y los cubanos están por encima de Fidel (el gran seductor, incluso en la frontera de Caya, cuando llegó a Extremadura, o en Mérida en el día y medio que pasó aquí) y esperamos para ellos lo mejor, desde una Badajoz que tiene como ciudad hermana a San José de las Lajas, con la que colaboramos activamente a principios de los años noventa y de la que mantenemos un recuerdo en nuestro callejero.