Arqueólogo

Las ciudades se definen, entre otras muchas cosas, por sus fiestas y Badajoz no iba a ser menos. Ya hace un cuarto de siglo que visito asiduamente esta ciudad o, simplemente, resido en ella y la vivo lo mejor lo posible. Y una de las cosas que más me ha llamado siempre la atención han sido sus fiestas. No eran las de una capital. Eran más propias de un pueblo con pretensiones. Nunca me gustaron, aunque, a decir verdad, para alguien que llega de Madrid y detesta todo lo relacionado con eso que se llama ¿castizo? y que debiera llamarse más bien ¿casposo? eso no es un mérito.

Siempre, por San Juan, se ha discutido el emplazamiento de la feria. Claro. El desarrollo, el aumento galopante de población y la creación de nuevas urbanizaciones en la periferia de la ciudad la alejaban más y más y a nadie le gustaba. Es lógico, si para disfrutar de una fiesta urbana hay que hacer una excursión, dónde está el disfrute. Eso acabó con las verbenas de San Isidro y eso hizo cambiar el emplazamiento de la feria de Sevilla.

Pero no se trataba en realidad de un cambio de lugar, aunque también hubiera problemas topográficos. Era, antes que nada, un cambio sociológico. Badajoz se ha ido convirtiendo en una capital importante. Todo lo ¿provinciana? que se quiera, pero importante. Los niveles económico e intelectual han aumentado espectacularmente y sus fiestas ya no son lo que eran, porque las exigencias de los vecinos, atavismos al margen, ya no son las mismas. Las celebraciones de un pueblo preindustrial no pueden ser las de una ciudad postmoderna.