Hay quien piensa que Badajoz es una ciudad aburrida. Hay quien cree que solo lo es en verano, más concretamente en agosto. Hay quien está convencido de que la única manera de vencer tantísimo aburrimiento es elegir el camino del activismo, la negación o la descompresión. Badajoz es una ciudad donde cada uno tiene una salida para todo, una revolución pendiente y una catástrofe en ciernes. Tan es de contrastes que en carnaval se suma a la crítica y la burla y en semana santa se viste de nazareno. Puede que no le gusten los toros pero adora los palomos y es posible que se le atraganten los libros aunque sabe del valor de la música --clásica, tradicional o contemporánea--, el cine, el teatro o cualquier otro tipo de espectáculo. Hay badajocenses que a la primera oportunidad se largan a las playas de La Antilla o Sesimbra pero también están los que aman las tradiciones y creen que Bótoa o San Isidro son romerías que nos conectan con el pasado y la feria de San Juan con nosotros mismos y nuestra particular historia. Una conferencia por aquí, un recital de poesía por allá, exposiciones para todos los gustos, pequeños conciertos, grandes iniciativas privadas, en fin, sin darnos cuenta, y cargados --léase con ironía-- de un aburrimiento atroz, se nos está yendo el primer semestre del año con un calendario de actividades inabordable. Todo lo que acaba demuestra que estuvo vivo. Vivo hasta el final. Frente al aburrimiento, cabe la protesta, la lucha, la reivindicación o la revolución pero, asimismo, el voluntariado, la contribución, la solidaridad y el debate tranquilo. Y, por supuesto, participación de una ciudad que es mucho más que un combate de boxeo.

Van acabando actividades y surgen otras, terminan proyectos y otros se levantan, finalizan discusiones pero ya habrá quien suscite nuevos debates. Todo tiene un principio --la vida, el año, las actividades culturales, deportivas, sociales, etc.-- pero todo llega a su final. Es ley de vida que nos reconcilia y renueva y, sobre todo, nos das nuevas alegrías y retos. Aunque yo de lo que quiero hablar es de la final de Champions que, por supuesto y por un millón de razones, ha de ganar el Atlético de Madrid. Si así sucede, perdonaré a mis enemigos, seremos un poco más felices y daré la paliza durante meses a los dolientes madridistas. En caso contrario, habrá que esconderse en un agujero profundo y esperar a que pase la tormenta, se les olvide un poco y nos hagan una transfusión de sangre rojiblanca.