Os habéis equivocado. En todo lo dicho y escrito, en todo lo hecho e interpretado. Habéis errado y, como siempre, vuestro orgullo, altivez y soberbia, os ha engullido en una autosuficiencia que os hace creer invencibles y estar por encima de los demás. Ni una sola de vuestras conclusiones, ni uno solo de vuestros comentarios ha estado a la altura de vuestra responsabilidad y de vuestro lugar y poder de influencia en la opinión pública. Queréis que se os trate como a iguales, pero no lo sois y no lo sois porque vosotros no tratáis a la gente con la misma igualdad y respeto que demandáis. No aceptáis una crítica y todo lo que esté fuera de vuestro entorno lo entendéis como una agresión.

La libertad de expresión la convertís en voluble cuando son otros los que la reclaman. Sí, sois un grupo importante, lo que decís o hacéis no cae en saco roto, os sigue mucha gente, tenéis miles de seguidores en las redes sociales y un tuit, un post, no pasa desapercibido. Por eso mismo, se os exige y deberíais exigiros a vosotros mismos más templanza, autocrítica, seriedad y compromiso.

Manipuláis conciencias, palabras, gestos, ponéis todos vuestros recursos a disposición del grupo y la causa y nadie se sale de la postura colectiva por mucho que algunos crean que esa actitud, esa estrategia y esa ejecución están fuera de toda lógica, de toda racionalidad y de toda realidad. Sois únicos pero sois como todos: vulnerables. Y la vulnerabilidad no os hace más fuertes, realistas, humanos o razonables sino, al contrario, os volvéis más agresivos, distantes, desconfiados y reaccionarios. Vuestro discurso es tan simple, tan extremo, tan contradictorio y tan poco ilustrado que acabáis construyendo un universo de fobias a vuestro alrededor para acusar de lo que sois, para inocular a la sociedad un mensaje que solo habita en vuestras retorcidas mentes.

Sois sofofóbicos, de alguna manera optofóbicos, siempre antropofóbicos, nunca crematofóbicos y, con vuestra actitud, desarrolláis en nosotros la coulrofobia y la bogifobia. Y es que no se puede ser un jugador de fútbol de elite, creer que se ganarán los partidos sin jugarlos, no tener ni siquiera un plan B y jugar con los sentimientos de millones de aficionados que ponen toda su esperanza en un colectivo que olvida los valores por un plato de lentejas.