Una ciudad con tal cantidad y calidad de fotógrafos debiera preocuparse más por ellos y crear algún premio especial para los más hábiles, intrépidos o astutos. No creo descubrir nada nuevo. Es posible, incluso, que el premio ya exista y yo no me haya percatado. Antes era cuestión de llevar encima y siempre una cámara, pero ahora todo hijo de vecino acarrea un teléfono con cámara y eso contribuye a multiplicar el proceso que intento describir.

Tengo un colega, director de una excavación arqueológica en nuestra ciudad. Al parecer se ha corrido la voz entre los que creen estar bien informados de que puede producirse allí un hallazgo prehistórico de importancia. Algún profesional despistado también lo ha creído. No hay día en que no aparezcan varios ciudadanos a sacar fotos. Mi amigo es persona cortés y sabe lo que se trae entre manos. Cuando observa una de esas maniobras cinegéticas, por encima de las vallas o por los agujeros de la tela que las cubre, siempre se acerca solícito a ofrecer ayuda al interesado. Porque ese loable interés suele tener dos motivos: guardar un testimonio de algo que ocurre en la ciudad y convertirlo en memoria viva de su evolución o, desconfiando de las administraciones competentes, demostrar la importancia del hallazgo en contra de las declaraciones oficiales, supuestamente interesadas en levantar edificios con afán especulativo.

No sería la primera vez en darse este segundo supuesto. Pues bien, en no pocas ocasiones la solicitud de mi colega y su oferta de colaboración, salvados los elementales principios de seguridad, provocan la huida del cameraman. La verdad, esa fiebre por tomar fotos, aunque comprensible, resulta ridícula con frecuencia. Y no hablo de las contramedidas, que también. En el solar que con tanto tino ha excavado la llamada Fundación Caja Badajoz se gastaron casi más en el vallado que en la propia investigación y colocaron unas elegantes talanqueras metálicas: protegían y ocultaban. Lástima. Hoy las Ciencias adelantan que es una barbaridad y se han inventado los drones. Nunca las murallas fueron más que un recurso psicológico. Ni la de China contuvo a los mongoles. Lo dicho hay que premiar a los fotógrafos más osados. Feliz verano.