Ni en sus mejores sueños hubiera imaginado Fernando Vizcaíno Casas, allá por 1978, cuando publicó … Y al tercer año, resucitó, que no sería al tercero sino cuarenta y tres años después cuando Franco volviera de su tumba para recordarnos su apócrifa exclamación que también aparece en la portada original del libro: «No se os puede dejar solos». Aquella historia que comenzaba con un camionero que recogía, a las puertas del Valle de los Caídos, a un anciano pidiéndole que le llevara al Pardo, cobra actualidad por obra y gracia de un gobierno yeyé que no tiene otra cosa mejor que hacer, por formaciones políticas interesadas en desviar la atención y por jóvenes imberbes que opinan sobre un asunto como si fuera de ayer, en un afán, entre orgiástico y oscuro, por recobrar una eufemística memoria histórica que, más que memoria y más que historia, es pérdida de tiempo y siniestra melancolía.

Es lícito y lógico que los descendientes de todas las víctimas de aquella guerra puedan encontrar a sus seres queridos y darles una sepultura digna y rendirles el homenaje que merecen. Pero no parece razonable que sigamos en la España de 2018 dándole vueltas a un asunto que tiene toda la pinta de no buscar reparación sino división y rédito partidista. Cuando murió Franco, yo era un niño al que le dieron en el colegio una semana de vacaciones y en casa teníamos álbumes de fotos y armarios llenos de vencidos, de silencios y rencores. Al día de hoy, he leído más de 500 libros sobre la guerra civil y el franquismo, he visto más de cien de películas sobre el tema, he oído a todo el mundo, he visto correajes en algunos que luego levantaron, no la mano, sino el puño, aún no sé quién destruyó los archivos de la OJE, tan llenos de sorpresas, como algunos apellidos en Badajoz y he comprobado que a estas alturas de la vida me importa un carajo donde está enterrado Franco y donde está el Valle de los caídos a donde, por cierto, nunca he ido. La verdad es que ya está bien de tanto franquismo impostado por parte de quienes no tienen lecturas o anidaron en familias de las que ahora, con la boca pequeña, reniegan. Si mirar al pasado fuera para evitar el regreso todavía tendría sentido pero mucho me temo que no hacemos más que volver y volver, como si no hubiéramos escarmentado. Al pirómano, ni velas.