TAtsumir que la decisión de estudiar Derecho, que mi hijo había tomado ya a los doce años, iba en serio, supuso un revulsivo que me hizo reencontrarme con la idea romántica de la Justicia. Cuidadosamente, a pluma, le dediqué 'Matar un ruiseñor' el día de Reyes, explicándole que aquel libro le serviría para ser mejor persona, un ciudadano cabal, que defendería dentro o fuera de los estrados lo que era justo. Esa mañana también yo encontré un regalo junto a mis zapatos: Curiosamente el embrión y a la vez continuación de 'Matar un ruiseñor'. En él, la protagonista ha crecido y regresa a casa 20 años después. Aún en pijama, con la taza de café grande y caliente, rodeada de paquetes deshechos, me repliego en el sillón curiosa por saber qué fue de ella. Y recorro las paginas de mis otras tardes, con el uniforme del colegio, el pan con chocolate, en las que Scout, aquella niña idealista, me llevó por la Alabama de los años 30 en lo que parecía una vida tan lenta como la nuestra. Me mostró a su padre, sentado en la mecedora blanca de su porche, un gigante a sus ojos y a los míos, caballeroso en sus ademanes, firme, resistiendo el embate de un pueblo entero por defender a un hombre de raza negra acusado, falsamente, de violar a una blanca, sabiendo el juicio perdido antes de comenzar. Juntas entramos en un territorio de adultos, desconocido y grave, el Juzgado, y allí le veneramos, cuando adusto, sobrio, en su alegato final apeló a la decencia, a la equidad de las leyes, defendiendo la inocencia de su cliente y dejando tras sí un ensordecedor silencio. Pero en esa mañana de Reyes, en este nuevo libro, Scouth y yo ya no somos niñas, se acabaron los sueños de vivir en los árboles, de encontrar tesoros en las siestas casi detenidas, parsimoniosas de los veranos. Atticus ha envejecido, es menos grande y más real, cree en la justicia pero vive en un tiempo que todavía no ha descubierto los derechos civiles. Y aun decepcionadas, ambas perdonamos a aquel padre que, como el de todos, resultó no ser perfecto. Hoy, cuando parece que las fronteras de los 50, de las desigualdades, quedaron atrás, y sin embargo, sutiles, y a veces sin recato, de nuevo se levantan, vuelvo a oir a Atticus Finch "Uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida, lo intenta y lucha hasta el final. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence".