Se fue de Badajoz la Unidad Militar de Emergencias (UME) y no queríamos que se marchase. Se ha ido tras cinco meses de trabajo intenso e incansable en el Guadiana. Nos podrán decir que a partir de ahora el río estará vigilado, controlado y que seguirá siendo limpiado con los medios de la Confederación Hidrográfica del Guadiana (CHG). Pero estos medios, que han supuesto en los últimos años un gasto público superior a 30 millones de euros, no fueron suficientes antes de que la UME hiciese acto de presencia y tenemos derecho a temer que no lo serán a partir de ahora.

Se fue la UME y dejaremos de ver a sus efectivos recorriendo el tramo urbano del Guadiana persiguiendo el camalote, arremangados y sumergidos hasta por encima de las entendederas, retirando la planta que durante 13 años campó por el caude haciéndolo suyo.

Se fue la UME que tanto costó que viniese a Badajoz, a pesar de que llevaba años solicitándose en distintos foros, pero el Gobierno central no consideró que la invasión del jacinto de agua fuese de tal calibre como para justificar esta presencia. Ya podía estar el tramo urbano del río cubierto de un tupido manto verde, que no era un motivo suficiente, hasta que sobre la mesa se puso la alerta de que la peligrosa planta pudiese alcanzar Aqueva y pasar al país vecino. Eso ya eran palabras mayores y causa justificada para que las fuerzas benefactoras del Ejército se replegasen en Badajoz y hacer lo que hasta entonces ninguna contrata había conseguido.

Se fue la UME, que vino porque a alguien se le escaparon palabras que generaron una crítica generalizada y un movimiento social que empezó a pintar de verde los puentes. Tengo una compañera que está convencida de que las manifestaciones que realizó el nuevo presidente de la CHG en la primera entrevista, concedida a este diario tras su nombramiento, en la que llegó a decir que el camalote era un problema estético, puesto que su presencia estaba controlada, fue el catalizador que provocó una reacción en cadena de colectivos ecologistas, partidos políticos, asociaciones de toda índole y sobre todo ciudadanos. Se negaban a creer que el camalote fuese un problema endémico que acabará enguyendo el río. Porque cuando estas palabras se pronunciaron, el río era verde y el jacinto de agua había dejado de ser una planta decorativa para convertirse en un monstruo que amenazaba la vida del Guadiana. Hubo protestas, concentraciones bajo la lluvia y movilizaciones en las redes sociales. Tanto se desató que las administraciones tuvieron que reaccionar. Las palabras del nuevo presidente de la CHG provocaron algo que parecía imposible lograr: un acuerdo unánime que se alzó como única voz pidiendo soluciones inmediatas. Se obró el milagro. Las soluciones inmediatas existían y la prueba está en que cinco meses después de que la UME acampase en Badajoz el camalote ha desaparecido de las aguas urbanas. Pero el temor persiste. Durante años nos han convencido de que esta planta es imposible de erradicar, de que solo se puede controlar su presencia para que no vaya a más. Miedo nos da ahora que se ha ido la UME qué será de nuestro río. Nos podrán decir que la CHG se mantendrá vigilante, pero ya dio muestras con anterioridad de que la vigilancia y el trabajo que realizó no fueron suficientes. Esta semana ha comenzado la primavera, las semillas del camalote empezarán a despertar y en cuanto suban las temperaturas se darán las circunstancias propicias para que rebroten. Al menos ahora sabemos que la opción de la UME existe. Malo será que tenga que volver.