La mañana del 25 de Agosto de 1944 Hitler telefoneaba al general Von Choltitzes: ¿Arde París?, con un histérico y depravado afán de destrucción, un chillido agudo como el silbido de la mecha al prenderse. Y sin embargo, mucho tiempo después, las torres de Notre Dame acabaron vencidas, humilladas. Por el fuego. Que hoy corre serpenteando por los cables del tendido eléctrico, en los bosques de la alta California. Soplan rápidos, alentando el miedo, los vientos de Santa Ana. El humo ciega las estrellas. Los perros aúllan al presentir el aire del desierto, que llega erizando la piel, seca. Como una lepra propaga su sed, su áspera ausencia de lluvias. Avanzando como una película de terror cerca el sueño, y los hogares y Hollywood; mientras el gobernador del estado ordena un váyanse ahora. «No es por 30 pesos, es por 30 años» coreaban las hogueras; y las trincheras, y los saqueos, desgañitados de tanta espera, camino del palacio de La Moneda. Los muertos siguen quejándose después del toque de queda. Y las carencias y la falta de sanidad, y la precaria educación, y la desigualdad que crece sin pudor, impide avanzar, calcina sus pasos y los supermercados. El galón de gasolina casi dobló su precio, inflamando la impaciencia, agostando la resignación de los indígenas que comenzaron a marchar hasta Quito. Barricadas de neumáticos quemados, como una tea rebelde, alta, harta, de callar. El levantamiento a flor de piel. Y ni siquiera el Huracán Matthew sopló lo suficiente, ni apagó los ánimos, y los novecientos muertos en la costa no sirvieron como empalizada para proteger a Haití de la corrupción. La frontera armada, las gasolineras protegidas, extranjeros y periodistas que huyen de la quema. El aire saturado. De ceniza. Ulula un no poder más entre las hojas de las palmeras. Que se revuelven embravecidas. Desesperada se levanta la arena, nublando los ojos y la razón. Un «por favor gobiernen para las mayorías» ondea como un baluarte en el horizonte abrasado. Pavesas de descontento, partículas de injusticias expandidas como una queja. Lejos, impasible cae la tarde. Sobre el Alentejo. Puro. Cierto. Un viejo con gorra de cuadrinhos enciende su cigarro, aspira, suspira. La vida pasa y ya solo se ve el ascua de su pitillo en el horizonte.