Hay políticos con o sin poder de decisión a quienes los colectivos ciudadanos les molestan -cuando son críticos, claro- y cuestionan su representatividad. Es verdad que no siempre es posible descifrar cuál es la fuerza de un portavoz, sobre todo cuando aquellos en cuyo nombre se expresa no muestran interés por la participación. Además, todo miembro de una junta directiva tiene derecho a tener el carnet de un partido, como cualquier otro ciudadano y no lo desacredita como intérprete de sus representados. La fuerza de la sociedad civil se mide por la clarividencia y la independencia de sus manifestaciones si lo que busca es el interés general, aunque abarque un ámbito muy particular.

En Badajoz a veces se ponen en duda las razones que mueven a un determinado colectivo por su escasa representatividad, cuando lo verdaderamente importante es si tiene razón en lo que está defendiendo y si con su lucha pretende conseguir que su entorno mejore y que los suyos y todos los de alrededor vivan mejor. En esta ciudad existen muchos ejemplos de asociaciones a las que se critica que están vinculadas a un partido político o que son un grupúsculo de ínfimo tamaño para desacreditar su valía, cuando han demostrado con creces que ponen a disposición su tiempo, sus escasos medios y su enorme energía para que los demás puedan disfrutar de un lugar más justo.

Un ejemplo es la Asociación de Vecinos de Suerte de Saavedra, que lleva años luchando por mejorar su barrio, contra viento y marea. Contra el viento de las administraciones que no los escuchan y contra la marea de los propios vecinos que no ven más allá de las cuatro paredes de su vivienda y a veces ni siquiera eso. Insisten en que sus mayores tengan un centro en el barrio donde poder echar la partida y compartir anécdotas. No lo han conseguido porque la decisión no depende de ellos, sino del ayuntamiento o de la Junta de Extremadura, que no han consentido facilitarles este servicio, con el que cuentan otros 17 barrios. Ya no saben qué razones dar para que los atiendan.

Pero cuando solo depende de ellos, el resultado es esperanzador. Se empeñaron en que sus mayores contaran con pistas de petanca y como podían hacerlo valiéndose de su tesón, las hicieron, prepararon el terreno con todo detalle y han organizan hasta campeonatos internacionales.

¿Cuántos años se lleva hablando en Badajoz de los huertos urbanos? Existen hasta compromisos electorales de ponerlos en marcha. Pero a falta de respuesta real, esta misma asociación vecinal junto con el colegio Manuel Pacheco, tan implicado con el barrio, sembraron una iniciativa que en otras ciudades está implantada, pero en esta el ayuntamiento no acaba de enraizarla. Ahí está su huerto a pesar de que el enemigo duerme en casa. Esta semana ha sufrido actos vandálicos y, en lugar de desfallecer, los mismos que lo impulsaron han sacado fuerzas de flaqueza y han logrado revivir lo que no había muerto, porque la energía vecinal resucita cualquier proyecto justo.

Energía que no falta tampoco en el Casco Antiguo, donde hay padres que noche tras noche lamentan haber arrastrado a sus hijos a un barrio de destino incierto. Pero aún así, son capaces de unirse para celebrar fiestas con las que dar «miedo al miedo» e insuflar vida a sus muros huérfanos y a sus calles desvencijadas, en las que todavía hay casas con luz que resisten a apagarse. Familias que se representan a ellas mismas y a las que están por venir cuando se quejan del ruido, del menudeo, de la delincuencia, del abandono y la pena. Y que no van a rendirse, porque su unión es su fuerza.