TYta tenía el título de la columna pensado, ¡VICTORIA!, pero un año más no ha sido posible. Mala suerte la de este equipo que, temporada tras temporada, teniendo el ascenso en la punta de la bota, acaba desviando el tiro. Me hubiera gustado asistir al partido, pero tuve trabajo. El año que viene iré y ganará el Cerro. Allí estaré para vivir el ambiente, porque enterarme, lo que se dice enterarme de lo que ocurre en el campo, no me enteraré. Acostumbrada como estoy a ver el fútbol en la televisión con esos magníficos cámaras y realizadores que siempre siguen al balón y te ponen la jugada delante de los ojos, la única vez que he ido a un campo me he despistado mucho, a la más mínima perdía de vista la pelota y de los goles ni me hubiera enterado de no ser por el griterío. Necesito una cámara que me enfoque la jugada. Además me distraía con otras cosas. Cuando los jugadores estaban en un área, yo miraba la contraria para ver qué hacía el portero, algo que siempre me había intrigado y que nunca había visto porque en la tele, como decía, siempre se sigue al balón. Me intrigaba la soledad del cancerbero cuando todo su equipo se lanza hacia adelante, al ataque. Cuando sentada en casa, frente al televisor, le preguntaba a mi marido, me miraba con cara rara, por tanto, en mi bautismo de campo, me dediqué a espiar de vez en cuando a los porteros cuando se quedaban solos: se ajustaban las botas, daban saltitos de calentamiento o descansaban el peso sobre una pierna con la mano apoyada en la cadera; también miraba al linier, que en sus paseos por la banda era regalado con referencias a su madre. Ser árbitro debe ser duro, pero al fin y al cabo está dentro del campo, alejado de las gradas, pero ser linier es realmente terrible, noventa minutos arriba y abajo, pegado a los vociferantes aficionados.

A pesar de todas estas circunstancias que me desconcentran, prometo que volveré a un campo de fútbol, será el año que viene para ver cómo el Cerro sube de categoría ¡VICTORIA!