Voces silenciosas que con el paso del tiempo van cobrando fuerza forman hoy en la región un mosaico cultural de más de 9.000 personas con peso propio en una tierra a la que llegaron por diferentes caminos y que se desenvuelven de forma distinta. Unos consiguen sus objetivos en mayor medida que otros. Pero no siempre son historias que terminan mal, algunos realizan su sueño de encontrar un lugar y una forma de vida, como los que cuentan la suya a EL PERIODICO.

La mayoría de los inmigrantes afincados en esta tierra no son de procedencia de la Unión Europea; para ser exactos hay 7.596 de terceros países frente a los casi 1.800 que sí lo son europeos. Y de ellos, según datos procedentes del Ministerio de Trabajo, un 9,96% son trabajadores autónomos.

Si se pasea por las calles de Badajoz se verá que la diversidad cultural aflora en cada rincón y eso es lo que la hace de ella una ciudad viva, una ciudad en la que se desenvuelven personas como Mercedes Rodríguez, odontóloga; Sidi Mohamed, empresario, y Peter Kampf, artesano, que han encontrado en esta sociedad su forma de vida.

Mercedes Rodríguez lleva 15 años en Badajoz. Se fue de Puerto Rico con el corazón en una mano y su vocación en la otra. El desamor fue lo que la impulsó a salir de su país, pero las circunstancias eran propicias para que su carrera prosperara. "Cuando llegué había muy poca competencia, al año, ya estable, me traje a la niña, que cuando vino tenía 8 años", cuenta.

Con un fuerte temperamento y con sentido del humor, Mercedes considera que la mala situación que atraviesa su país fue un factor importante a la hora de dejarlo, "pero muchos inmigrantes dejan sus países porque se sienten incómodos con ellos mismos", según manifestó.

Mohamed Sidi estudió Comercio Exterior en Marruecos y su vida está ligada a la música clásica. Salió en busca de una vida mejor y dice que no comparte muchos aspectos de la tradición musulmana ni de la política de su país. Llegó a Bilbao e inició un curso de restauración de órganos de catedrales que le permitió recorrer media Europa durante 7 años y así vino a Badajoz, para reparar el órgano de la catedral. Aquí se enamoró de la que es hoy su mujer, con la que tiene un proyecto de vida en común unido a su actual profesión de hostelero, en la que ella lo inició. La cafetería San Francisco es su negocio. Su vida y el comienzo no fueron fáciles. "Los bancos no se arriesgan a dar créditos a extranjeros y el papeleo es complicado, aunque la gente conmigo se ha portado maravillosamente bien, la verdad es que no tengo ninguna queja".

En las callejuelas del Casco Antiguo llama la atención el colorido que traspasa las verjas de la tienda PTK Vidrioart. Es de Peter Kampfl, de Baviera, vidriero. "Los cristales no se pintan, el color lo tienen por dentro", afirma este artesano de ojos de un azul intenso como el cristal. Su vida ha sido un poco nómada y lleva 7e años afincado en Badajoz.

El motivo que le impulsó a quedarse fue un poco aventurero: "Buscaba otro sitio para vivir", explica. Viajó durante cinco semanas por Extremadura y le bastó para quedarse. El clima es lo que más le gusta aunque el verano se le hace un poco duro, "demasiado calor".

El comienzo fue cuesta arriba, aunque recibió subvenciones del Sexpe que le ayudaron. Su negocio es poco conocido en Badajoz.

Estos son trozos de vida tejidos en un ciudad multicultural, donde con mejor o con peor suerte muchos empiezan una nueva vida.