El futuro no existe, es una mera creación subjetiva, cuando llega esa fecha que en el pasado considerábamos futuro, comienza a existir y entonces es presente. Solo existe el presente, ni el pasado ni el futuro existen. El pasado influye en nuestra realidad actual, pero lo que verdaderamente nos condiciona en el presente, es nuestra interpretación del futuro. No hay peor presente que no ser capaz de vislumbrar un futuro. Eso nos bloquea. Lo que solemos poner por escrito para presentarnos a una oferta de trabajo, o ante los otros, es en realidad el «curriculum mortis», lo que fuimos y ya no somos. El verdadero «curriculum vitae» es lo que podemos y queremos hacer, lo que tiene vida y nos hace levantarnos cada día. El futuro es sobre lo que vamos a vivir y construir, y eso es lo que más diferencia a las personas a la hora de actuar, de comportarse, de relacionarse y de usar su tiempo y el de los demás.

El maldito coronavirus, que nos persigue por todos lados, está afectando de manera dramática a nuestras vidas, y por tanto a la visión del futuro. Directa y especialmente a aquellos con los que ha sido criminal y a sus familiares y seres queridos, pero de manera general a toda la sociedad más allá de la salud. A todos nos está afectando en nuestro futuro. El futuro ya no es lo que era, nos cuesta trabajo vislumbrarlo, se ha multiplicado la incertidumbre a niveles desconocidos y tenemos que convivir con ella. Nos ha robado vidas, nos ha robado la libertad, la confianza, la cercanía de seres queridos, nos ha robado abrazos, afectos y relaciones, nos ha robado momentos de alegrías y celebraciones, nos ha robado trabajos, ahorros y proyectos personales, profesionales y empresariales, y tantas otras cosas que se ha llevado por delante. Pero aunque pueda parecer o podamos interpretar que se ha llevado el futuro, eso no se lo puede llevar, pues es una ficción creada por nuestras mentes. Una ficción que condiciona cómo interpretamos el presente. Algunas intencionalidades tóxicas se empeñan en querer encerrarnos en el pasado aprovechando este estado de incertidumbre, desconfianza y debilidad social. Es verdad que cuesta ver el futuro, pero dedicarnos a imaginar y construir los nuevos escenarios que podríamos tener por delante es la mejor forma de afrontar el presente y la mejor terapia personal y colectiva en estos momentos. El futuro está por crear y merece la pena dedicarse a ello.