TEtstoy como el tiempo. Frase que me viene a la memoria envuelta en recuerdos del pasado pronunciada por Inocenta . Era la señora que vivía en el piso de arriba de mi casa con mis terceros abuelos. Siempre dije que tenía tres. Ese magnífico y agradable matrimonio era amigo de la familia y como abuelos me trataron y como abuelos los quise y los traté. Subíamos todas las tardes a saludarlos y pasar un rato en su casa, al calor de la gran camilla atizando el brasero, visita que yo procuraba hacer coincidir con la hora de la merienda porque siempre me daban alguna galleta de nata que Inocenta horneaba en la reluciente cocina económica y guardaba en barreños en la enorme despensa. Vigilábamos los hermanos sus movimientos para, al menor descuido, entrar y llevarnos algunas de las exquisitas galletas. Siempre negábamos el robo hasta que la astuta Ino espolvoreó el suelo con harina y allí quedaron nuestras pisadas, las huellas del delito.

Estos días húmedos y destemplados me han traído los recuerdos de un mundo ya desaparecido. Ya no hay cocinas económicas en cuya placa se calentaba la plancha, ni en mi entorno se hornean galletas de nata. Tampoco están Joaquina y Manolo , los terceros abuelos en cuyo doblado se hacía todos los años la matanza. Traían al cochino ya abierto en canal y allí se despiezaba, se picaba la carne y se llenaban las tripas mientras abajo en la cocina en grandes sartenes se preparaba la prueba. Eran días fríos y desapacibles de invierno en los que Inocenta nos decía que estaba como el tiempo.

Así estoy yo. Con el ánimo gris y ventoso, mirando el cielo cubierto de nubes de agua que me enmohecen y apulgaran por dentro. Necesito orearme al sol y mecerme con la brisa.