THtay animales ilustres. Hubo quien siendo emperador hizo senador a un équido y, más próximo en el tiempo, un juez que esta semana ha otorgado consideración superior a Laude, un can obligado desde hoy por la justicia a cambiar de domicilio cada seis meses. Bien ilustres también resultaron sus ilustrísimas, emperador y juez, que dieron tal rango a unos inferiores. Hay otras especies, las gallinas por ejemplo, que son animales con mala fama. Seguramente nadie piará por ellas, ni habrá juez que reparta su custodia por más que haya existido un gallinero en tierra compartida. Al contrario, denostadas siempre y comparadas a situaciones y gentes poco recomendables, pobres gallinas, ellas que en realidad no saben ni siquiera lo alborotadoras y cobardes que resultan a ojos humanos. Gallinero se dice cuando se produce un guirigay cualquiera. Vale decirlo del abucheo del desfile o para la algarabía montada a la Pantoja y gallina es aquel que se esconde o también la señora más puta que las ídem. Otro animal poco querido es la zorra, paradójicamente casi siempre enfrentada a la gallina y, sin embargo, considerada tan puta como ella en el imaginero humano. Mas, gracias al poco aprecio demostrado hacia ambas han dado mucho juego para fábulas, metáforas y moralejas, incluso más que el ilustre caballo o el insigne perro. Y lo siguen dando. Hubo un labrador que crió una zorrilla hasta que se hizo adulta y, creyéndola buena, confió en ella. Un tal Díaz Ferrán creció a la sombra de sus empresas y, creyéndole bueno, confiaron en él. Un día, el labrador se ausentó y dejó a la zorra cuidando el gallinero. Un día, el prohombre quedó guardando negocios y a las gentes que trabajaban en ellos. A la vuelta del granjero, solo quedaban plumas y crestas rotas y la zorra escondida, bien gorda en el rincón, riéndose y lamiéndose el hocico. Díaz Ferrán, desde su rincón, anuncia a las gallinas que hay que trabajar más y ganar menos. Ni siquiera la zorra hizo tanta mofa después de la masacre.