No los entiendo. No comprendo a esos varios miles de jóvenes que, según la Encuesta de Población Activa, ni estudian ni trabajan en Badajoz. Jóvenes que ven pasar la vida aferrados a un coche, a un ordenador y a la casa y la paga de sus padres. Jóvenes que amenazan cuando intentan azuzarles para que hagan algo, lo que sea, cualquier cosa para no seguir siendo unos tirados cuando ellos ya no estén para pagarles internet, el coche, la gasolina, las copas, la casa, la luz, el agua y la comida. No los entiendo porque siempre tuve claro que hay que cumplir con las exigencias de cada etapa.

Recuerdo que comencé a buscar trabajo cuando estudiaba tercero de carrera. Quería conseguir experiencia antes de que fuera tarde, pensaba que el verde lechuga que se aceptaba a un trabajador de veintipocos años ya no era admisible cuando se tenían veintimuchos. Por eso mi obsesión era encontrar trabajo cuanto antes; por eso recorrí los periódicos en Madrid y me fui a Vigo y a Sevilla. En la capital andaluza me recibió el director de un periódico, da igual su nombre. Quiso aquel hombre endulzar su negativa. "No te preocupes chiquilla. Yo cobré mi primer sueldo a los treinta años". No lo comprendí, como ahora tampoco entiendo a estos jóvenes de sofá, coche y paga. Yo quería que el color verde desapareciera; quería verme como una profesional y que como tal me consideraran; quería ganar un sueldo y comprarme un coche, comprar mi ropa, pagar mis viajes y, si andado el tiempo lo deseaba, comprar mi casa y pagar mi agua, mi luz y mi comida.

Eso quería, y por eso me pareció un imbécil el director del periódico de Sevilla, y por eso no comprendo a esos miles de jóvenes que en Badajoz, ni estudian ni trabajan, ni nada están dispuestos a hacer por su vida.

Afortunadamente todos los jóvenes no son como ellos y, cuando el tiempo les pase factura, podrán aferrarse como garrapatas a los beneficios sociales que les posibilitará su esfuerzo.