En casi todas las situaciones de catástrofe surgen historias de salvamentos o solidaridad. Son hechos individuales que van apareciendo alrededor de la gran noticia y que tienen la virtud de reconfortarnos. Hoy tengo una de esas pequeñas grandes acciones que contarles. No se ha producido en torno a un gran siniestro, pero sí en medio del desconcierto, la sorpresa y el daño a algunas propiedades, que produjo la granizada y la tromba de agua de la tarde del domingo en Badajoz.

El granizo taponó los imbornales y el agua, sin salida, subió de nivel en algunas calles de la ciudad. Mientras los bomberos iban de un lado a otro, los afectados intentaban solventar los daños en viviendas y garajes, y otros hacían fotografías, había un hombre que miraba la situación desde la ventana de su casa, un bajo, casi a ras de calle.

Una balsa de agua se había formado en el asfalto. Miraba, y mientras lo hacía, vio que algo se debatía en medio del gran charco. Se fijó más y comprendió que se trataba de un pajarillo. Quizás la granizada le pilló en pleno vuelo abatiéndolo, o pudo caer desde algún árbol cercano, siendo arrastrado por la corriente hasta el lago formado ante la casa del hombre que miraba. Lo cierto es que allí estaba. Debatiéndose, intentando remontar el vuelo. Inútil esfuerzo en el que agotaba sus ya mermadas fuerzas. El hombre comprendió que moriría. Salió de casa en pijama, como estaba, metió los pies en el agua y lo cogió. Era un gorrión según contó luego. En el abrigo del hogar lo secó cuidadosamente, le dio calor, y, luego, de nuevo en la calle, lo echó a volar.

Apenas una anécdota en medio del desconcierto provocado por el formidable granizo, pero para mí es una de esas pequeñas grandes historias que, en medio de la gran noticia, me reconfortan y hacen que, también yo, levante el vuelo.