Cuando vine a vivir a Badajoz, lo que más echaba en falta en verano era la rutina diaria de ir a la piscina pública con mi abono de temporada, mañana y tarde, como hacía en mi pueblo de pequeña y de joven. La piscina municipal era nuestro lugar de encuentro. Sin embargo, en Badajoz, para mantener esta costumbre tenías que pagar las cuotas mensuales de una sociedad todo el año porque la de La Granadilla era insuficiente para tamaña población, a pesar de ser un servicio público imprescindible teniendo en cuenta las temperaturas que se soportan en esta ciudad, y en sus poblados. Sigue llamándome poderosamente la atención que en ninguna de las ocho pedanías haya aún piscina municipal, cuando localidades con muchos menos habitantes cuentan desde hace años con instalaciones envidiables.

El anuncio que realizó el 26 de marzo del 2006 el entonces alcalde, Miguel Celdrán, cayó como un jarro de agua fresquita un día de calor en los vecinos de la margen derecha, a quienes les prometió que tendrían un lugar en el que remojarse en verano. Desde aquel día, este proyecto ha existido sólo en titulares, ni siquiera en el papel, pues han pasado casi 12 años y a día de hoy no hay ni diseño. La promesa nació gafada y antes de los habitantes de la margen derecha, pudieron los de San Roque disfrutar de su piscina. Con lo arduas que tuvieron que ser las negociaciones para llegar a un acuerdo con la promotora de El Faro y el arzobispado para el trueque de los terrenos junto al seminario, para que después resultaran insuficientes para levantar el macroproyecto que el nuevo alcalde, Francisco Javier Fragoso, anunció en la campaña electoral de los últimos comicios municipales, que para él eran los primeros. El terreno anunciado se quedaba pequeño y el ayuntamiento tuvo que buscar otro junto al pabellón Juancho Pérez.

Desde ese momento, la piscina dejó de ser la de la margen derecha. El alcalde no se cansa de repetir que es para toda la ciudad -y no le falta razón-, como también lo es la de La Granadilla y la de San Roque. El ámbito de la nueva será aún mayor, pues por sus dimensiones y características (olímpica, cubierta, con un techo móvil) no habrá otra parecida a más de 200 kilómetros a la redonda, por lo que atraerá a deportistas profesionales que requieren unas instalaciones semejantes para sus entrenamientos. Después de muchos anuncios que aseguraban que el proyecto se estaba realizando, resulta que ahora se empieza de cero y el ayuntamiento saca a licitación de forma conjunta la redacción del proyecto y la construcción de la piscina, junto a la cual habrá otra pequeña de rehabilitación y un graderío, así como instalaciones complementarias que se diseñarán ahora y se materializarán cuando haya fondos.

La novedad y lo importante que ha ocurrido esta semana es que por fin la nueva piscina, que ya no es solo para la margen derecha, tiene fecha. Deberá estar terminada antes del 1 de noviembre del 2019, dentro de año y medio. Si se cumple este plazo, es verdad que los vecinos del otro lado del río no podrán ir andando con la toalla a bañarse el próximo verano, ni tampoco el siguiente, pero sí coger el albornoz y el gorro para hacerse unos largos dentro de dos inviernos. Ellos no pedían tanto, con que hubieran contado con una piscina al aire libre de tamaño mediano para refrescar los rigores del estío como tienen en muchos pueblos del entorno, en unos terrenos que además todavía tiene en propiedad el ayuntamiento, se hubiesen dado por satisfechos desde hace años. No necesitaban más. Ni menos.