Los pardales del paseo de San Francisco deben estar que trinan. Se defecan las extremidades abajo cada vez que ven pasar al concejal de Limpieza, Antonio Avila, que por otra parte, también se acuerda de los progenitores de estas criaturas cuando observa la capa de guano que cubre desde el suelo a las plantas, el mobiliario, los troncos y la hojas de los árboles y los tejados de los kioscos. El ayuntamiento está buscando un método que los aleje de este céntrico parque, que prácticamente tienen inutilizado estos pequeños plumíferos con sus excrementos. La imagen bucólica de las plantas floridas, los abuelos jugando con sus nietos y los pájaros cantando ha volado de San Francisco, una plaza que desde hace tiempo da más el cante por el olor de las cacas que por lo que trinan sus gorriones de tripa suelta. Decía la concejala María de los Angeles Martín de Prado que San Francisco huele a gallinero. Lo peor es que huele a gallinero sucio. De momento parece que no hay solución a la vista, ni a vista de pájaro, porque la apuntada de ahuyentarlos con petardos suena demasiado primitiva o introducir píldoras astringentes en las migas de pan, demasiado cruel.