Alguna de las cosas buenas que tiene una profesión tan denostada y tan mal pagada como el periodismo es que asistimos, en fila preferente, a muchos acontecimientos que marcan la historia de una ciudad, de una comunidad o, incluso, del país y del mundo. Son esos momentos que los políticos llaman día histórico y que en, general, son todos bastantes institucionales y, por tanto, muy aburridos.

Esta semana pude asistir en el Senado a uno de esos momentos importantes en la historia de Extremadura. Se aprobó una nueva Reforma del Estatuto de Autonomía. Sólo que en esta ocasión el acto pudo tener cualquier otro calificativo, menos aburrido, y eso que el texto llegaba con todos los parabienes de los grupos políticos.

El Estatuto extremeño llegó a su recta final en medio de la encendida polémica sobre el modelo autonómico y en plena euforia de pinganillos por parte de los nacionalistas. Y los senadores extremeños dieron la talla.

Comenzó animando la sesión el senador Fuentes , que puso el dedo en la llaga al defender, aunque con "ajustes", el Estado de las autonomías; y remató la faena Monago cuando comenzó su intervención anunciando que iba a hablar "en extremeño, que es más barato". El debate estaba servido.

Los gallegos muy ofendidos nos recordaban que el extremeño no es una lengua cooficial. Los catalanes, que siempre barren para su casa, subrayaban la "regionalización del PIB estatal" que ven en el texto extremeño y amenazaban con "estudiar" la relación que Extremadura plantea con respecto a Portugal. Incluso, el portavoz de Esquerra Republicana de Cataluña se despedía de su acta de senador diciendo que "quién no quiere la pluralidad no quiere a España".

Menos mal que cerró el debate el presidente del Gobierno, que con su habitual gesto tranquilo y moderador, vino a poner orden en aquel guirigay autonómico. Zapatero dio la bendición al modelo autonómico, a los traductores y al Estatuto de Autonomía de Extremadura. Amén.