En una entrevista del verano pasado, el humorista Leo Harlem reveló que «no hablo de política, ni de religión, ni de mujeres ni de sexo», declaración que saltó por los aires en la gala de los VIII Premios Empresario de Badajoz que este periódico tiene a bien convocar anualmente. Y todo porque, en su ánimo de divertir al personal, el monologuista dedicó buena parte de su intervención, a manidas y ya cansinas referencias, algo machistas, sobre las mujeres. De entrada, hay que decir, que hubo gente que le reía esas gracias. Incluso, se las aplaudieron. A mí solo me provocaron, mientras veía venir el desastre, aburrimiento y sueño, pero tampoco es un mérito por el que deba colgarme medalla alguna porque, generalmente, no me hacen gracia las gracias de estos graciosos profesionales que resultan no tener tanta gracia. Sin embargo, hubo entre los asistentes quienes se sintieron molestos y ese guante lo recogió el presidente de la Junta que, subiendo al escenario para lanzar el último discurso de la noche, le dijo que era un crack pero que no estaba de acuerdo ni aceptaba, es más, rechazaba, muchas de las ocurrencias que el intercepto había despachado. El aludido, interrumpió, para pedir disculpas, para dar explicaciones, pero el mal ya estaba hecho. Sinceramente, la frase del verano suena a impostura porque toda esta recua de humoristas forjados entre risas fáciles y pantallas de televisión parece que tienen el talento sujeto a lo de siempre, demostrando que dedican a su trabajo más hojarasca que inteligencia. No obstante, aunque molesto con su planteamiento, no quedé conforme con la polémica originada por el político puesto que, en los tiempos que corren, dictamos lecciones de libertad de expresión cuando se trata de otros asuntos y nos rasgamos las vestiduras cuando decidimos que hay temas intocables. En realidad, también es muy grave que se hagan gracias inmisericordes sobre los minusválidos, tartamudos, gangosos, discapacitados intelectuales, por no hablar de los leperos que deben estar más que hartos de que en el resto de España pensemos que son tontos. Por encima de desafortunados humorismos o intrépidas reacciones políticas, habrá que encontrar el equilibrio para que donde veamos ofensa, encontremos libertad de expresión y a la inversa. Y, sobre todo, un esfuerzo en los humoristas para no caer en tópicos superados.