Periodista

Anda el país, la región, la ciudad, como el mundo, a la gresca e inmersos en rifirrafes políticos en unos casos y, en los peores, bélicos, prebélicos, postbélicos, panabélicos e interbélicos. No corren buenos tiempos para la lírica y sí para la confrontación. Badajoz vive una especie de divorcio político en el que el equipo de gobierno niega el pan y la sal a la oposición, de forma que ésta acude, cuando se le cierran todas las vías institucionales propias de la participación política y ciudadana de la democracia, a las octavillas de siempre, lo que a su vez sirve de nuevo motivo de confrontación. Parece que los grupos y partidos políticos deben tener su papel en las instituciones, y también en la calle, y que los propios gobiernos deben velar por el derecho de control de la oposición y no cercenar todos sus caminos, lo que debería estar claro, pero parece que aquí no es así. La oposición no encuentra sus vías de actuación política porque se les niega y cercena, sistemáticamente, toda información y posibilidad de control, y el gobierno se conforma con ofenderse, en vez de hacer frente a la crítica con las suyas y sus propias razones; con hacer de cada censura una cuestión de honor personal, a la vez que desata sus iras contra todo lo que no se ajuste a su estrecho corsé, no ya institucional, sino de intereses personales que, sin ser ilegales, la oposición y la ciudadanía tienen derecho a saber y criticar. Mientras esta tormenta propia de sociedades que cambian democracia por opulencia e insolidaridad bulle en un pañuelo, millones de adultos y niños se conforman con comer, beber, vivir. Cada uno tiene su responsabilidad, pero hay problemas y problemas.